Por Emmanuel Rincón – El American
China dejó de darle patadas a la mesa hace un buen tiempo, ahora se ha apoderado, no solo de la mesa, sino también de los bolsillos de las naciones que se disponen a operar en el comercio internacional.
Mientras en Estados Unidos los políticos promueven debates estériles sobre un número indefinido de géneros y/o tendencias sexuales, además de encargarse de segregar oportunamente a la población reviviendo los dolores del pasado esclavista que existió hace siglos, no solo en USA, sino en el mundo entero, el Partido Comunista de China se dedicó a amplificar su domino por el territorio asiático, y además fue de a poco sustituyendo a la primera potencia mundial como el socio comercial principal de las naciones en África, la Unión Europea, y en el mismísimo patio trasero de Estados Unidos.
En tan solo dos décadas China se apoderó de casi todos los mercados en los que Estados Unidos reinaba, y es el socio principal de un centenar de países en el mundo; mientras que la nación americana solo se mantiene como principal socio de importaciones y exportaciones con sus vecinos del norte: México y Canadá, junto a Colombia, y un par de naciones más en Europa y Centroamérica; esto según datos reflejados por la Direction of Trade Statistics que fueron recopilados por The Economist.
Las prioridades “culturales” en Estados Unidos
Durante los últimos años las academias americanas, los grandes medios de comunicación, y los principales actores políticos han dedicado minutos, horas, días y meses a extensos debates, investigaciones y reportajes, sobre si los edificios gubernamentales deberían izar la bandera del orgullo LGBT, o qué tan racista es Estados Unidos; de hecho, recientemente el secretario de Estado, Antony Blinken, invitó a una comitiva de la ONU al país para “evaluar” el racismo en la nación.
A esto se suman las disparatadas medidas económicas anunciadas por la Administración Biden que empujan la deuda americana por encima del 100 % de su PIB por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, ocasionado en gran parte por un gasto público desproporcionado y un agrandamiento del Estado sin precedentes, que a su vez ha propiciado la impresión desaforada de dólares que directamente ha originado la inflación más alta en Estados Unidos en los últimos 13 años (fecha en que ocurrió la última gran crisis financiera del país).
Sin embargo, hoy en los principales medios de comunicación, en las universidades, y en los espacios de debate público no se está hablando sobre el destino de la economía americana, tampoco sobre el preocupante crecimiento de China como principal socio comercial de las naciones desarrolladas y subdesarrolladas; hoy todo lo que escuchamos es si un transgénero debe participar en las olimpiadas, qué tan groseros fueron los tweets de Donald Trump durante su presidencia, y cuál es el sabor favorito de helado de Joe Biden.
La penetración de China en las naciones del tercer mundo
Que el país asiático hoy domine las principales rutas de comercio internacional no es fruto de la casualidad, desde hace décadas el Partido Comunista de China ha trabajado en la implementación de una agenda diplomática impulsada a través del comercio y el poder de sus yuanes, para ganarse la obediencia de numerosas naciones subdesarrolladas que le regresan dichos favores con lealtad absoluta y votos en los organismos multilaterales.
China ha prestado más dinero a los países en desarrollo —una gran mayoría ubicados en África— que el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y todos los demás gobiernos del mundo.
En 2018 el gigante asiático le ofreció 60.000 millones de dólares en financiamiento a África y la condonación de la deuda a los países más pobres en forma de préstamos sin intereses. Lo más peligroso de toda esta situación es la llamada “deuda escondida”, expertos afirman que un 60 % de los préstamos chinos se conceden con menos garantías, pero tienen tasas de interés más altas y plazos de vencimiento más cortos, de esta forma los países que no puedan cumplir con los compromisos adquiridos se ven en la obligación de entregar sus puertos, minas, infraestructura, concesiones y otros activos a China, lo que a su vez incrementa todavía más su influencia sobre ellos y el resto del mundo.
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Antes de la crisis sanitaria del coronavirus se estimaba que la deuda del mundo con China se encontraba por encima de los 5 billones de dólares, una cifra que equivale al 6 % del PIB de la economía mundial. Países como Yibuti por ejemplo, tienen una deuda por encima del 100 % de su PIB, mientras que otro grueso de naciones en desarrollo en África, pero también en Asia y América Latina, tienen deudas con el gigante asiático que van desde el 10 al 40 % de su PIB, siendo Venezuela, el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, y que tiene una de las más grandes reservas de gas, oro y otros minerales, uno de los más comprometidos con China.
China y Rusia sonríen ante la decadencia económica y los conflictos ideológicos de Estados Unidos
Para que un imperio se levante y someta a la antigua potencia, no basta solo con su propio crecimiento, también es importante la destrucción de su enemigo. Durante casi un siglo Estados Unidos fue la primera potencia mundial de forma indiscutida, durante décadas la antigua Unión Soviética, y recientemente también China, operaron para tratar de destruir a USA, sin embargo, pronto descubrieron que el país era demasiado poderoso, y la única forma que había para destruirlo era desde adentro.
Fue entonces cuando iniciaron la guerra cultural para destruir los cimientos del sistema americano, en el año 1984 el exagente de propaganda de la KGB, Yuri Bezmenov declaró que “El mayor esfuerzo de la KGB no se dedica a la inteligencia, en mi opinión, y en la de muchos otros desertores de mi calibre, solo alrededor del 15 % del tiempo, dinero y personal se dedican al espionaje, el otro 85 % se dedica a un proceso lento que denominamos subversión ideológica (…) o guerra psicológica”.
El desertor del régimen soviético también dijo: “el marxismo—leninismo ha sido bombardeado en las cabezas de al menos tres generaciones de estudiantes americanos sin ser desafiados o contrapesados por los valores básicos del americanismo, el patriotismo americano”.
Tras muchos años esto empieza a manifestarse en la sociedad americana, hoy, cuando el país atraviesa unas cifras económicas de espanto, y la deuda y el gasto público se han disparado, no hay protestas en las calles por la destrucción del valor del dólar, pero sí pueden verse muchos americanos involucrados en manifestaciones para pedir el favorecimiento de grupos sociales o raciales mediante políticas de Estado, el incremento de la intervención del gobierno en la economía, e incluso, abiertamente solicitando políticas socialistas en el país que precisamente alcanzó su meritorio puesto como potencia mundial, gracias al capitalismo y el libre mercado.
Sin duda, el mayor termómetro para determinar el grado de infección marxista en la sociedad americana, se da al observar que a pesar del inminente desplome económico, sus ciudadanos en lugar de pedir correctivos y solicitar mayores libertades, piden cada vez una mayor intervención estatal, más regulaciones, y un gobierno con cada vez más atribuciones en todas las áreas de la economía, salud, familia y vigilancia.
Cada vez que un joven americano, o incluso una congresista o senador, sale a la calle con una pancarta pidiendo socialismo, abogando a favor de Cuba, o encaprichándose en sostener debates raciales y de género, en China y Rusia sonríen, porque mientras en Estados Unidos se ahogan en debates estériles, sus enemigos sacan sus garras y recogen los frutos del árbol caído.