Por Fernando Silvit – Actuall

Cuando se dice que el aborto es un derecho, surge la duda sobre si una mujer podría acudir a los jueces para querellarse contra los que realizaron dicho aborto y no le expusieron las trágicas consecuencias que podría sufrir ella y de esta forma poder dar un consentimiento informado.

Me ha venido esta idea a la cabeza al pensar en el siguiente caso de una joven relacionado con la transexualidad. Se trata de Keira Bell, una joven de 23 años a quien tres jueces han dado la razón por la demanda que realizó a la clínica del Servicio Nacional de Salud británico por aconsejarle y suministrarle el tratamiento hormonal para realizar la “transexualidad” cuando tenía 16 años y sufría disforia de género. Años después se arrepintió y denunció a los médicos que la trataron por no hacerle una evaluación psicológica previa al tratamiento hormonal.

El argumento de Keira se basaba en que la clínica debía haber intentado frenarla, en el periodo de la adolescencia, en su deseo de hacerse un hombre.

Keira también ha expresado sobre los dos años previos al momento de su demanda lo siguiente:

«Estuve atrapada en una depresión y ansiedad severa. Yo me sentía extremadamente fuera de lugar en el mundo. En realidad, estaba luchando contra la pubertad y mi sexualidad. Yo no tenía a nadie con quien hablar sobre estos temas. Me identificaba más con las lesbianas e inicialmente sentí que había encontrado mi tribu».

El caso de Keira Bell ha supuesto todo un desafío legal sobre la idoneidad de que los menores de edad den su consentimiento para llevar adelante procesos de cambio de sexo, sin ser informados debidamente sobre sus consecuencias.

Keira Bell dijo estar «encantada» con el fallo y dijo: «Este juicio no es político, se trata de proteger a los niños vulnerables. Ha prevalecido el sentido común».

Después de tres consultas, también cuenta Keira Bell a medios que apoyan su caso, se sometió con 16 y 17 años a tratamientos de hormonas de sexo opuesto y a una mastectomía doble a los 20 años. Ahora, con 23 años, dice que este tratamiento no resolvió su disforia y acusa a la clínica de descartar otras causas de su problema -como depresión, odio a sí misma o la confusión- antes de proponérselo. En su caso, dice no sentirse transexual..

Keira asegura que los niños o adolescentes -en su mayoría mujeres- con disforia de género que llegan a estas clínicas necesitan mejor apoyo, no un «modelo afirmativo» que automáticamente las considera «niñas trans» y las encamina hacia los bloqueadores de la pubertad.

«Sentí que la transición médica era el medio para mi felicidad», dice ahora, y culpa en parte a las redes sociales de potenciar lo que considera una «idea global de imposición de los estereotipos femeninos» movida por «el dinero». 

Keira Bell, que ahora vive como mujer, dice que siente tristeza al mirar los pasados años. 

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«No había nada de malo en mi cuerpo. Yo simplemente estaba perdida y no contaba con el apoyo adecuado. La transición me otorgó la facilidad para esconderme aún más de mí misma. Fue una solución temporal, si acaso…»

Sería muy interesante que se pudiera aplicar jurisprudencia a partir del caso de Keira en casos similares, pero además podría aplicarse la razón del consentimiento informado para otros casos tales como el aborto. En este sentido ¿no resulta curioso que cuando una mujer va a abortar se le pongan tantas dificultades para ver ecografías del niño que lleva en su seno realizadas por instituciones ajenas al centro de abortos cuando debía ser aquí donde se le debía enseñar cómo lo que lleva en su interior es una vida humana?

¿O no se le debía informar sobre el síndrome postaborto que tantas depresiones causan si es que no llegan a suicidios?

¿Y qué podríamos expresar de la mujer a la que se le dice que va a someterse a una interrupción del embarazo si pidiese después de realizarse esainterrupción del embarazo que quiere volver al embarazo de la misma forma que volvemos al trabajo después de una interrupción en esta actividad.

Me parece que se podían dar muchos casos de Keiras, que demandaran, nunca mejor dicho con justicia, los daños causados por no haber tenido un consentimiento informado.

Fernando Silvit

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