Por Instituto Cato – a través de Panampost

Hasta hace pocas semanas, las alegaciones de que el virus podría haber originado en el Instituto de Virología de Wuhan en lugar de surgir en la naturaleza eran ampliamente descartadas como una teoría de conspiración sin fundamento. La receptividad del presidente Trump a la teoría condujo a conclusiones impulsivas acerca de que esta teoría era explícita o implícitamente racista también. Solo unos pocos medios de comunicación, principalmente Fox News, National Review, y American Conservative, trataron con seriedad la hipótesis de “la fuga del laboratorio”, y fueron objeto de mofa, denunciados, y vilipendiados por hacerlo.

La administración de Donald Trump recibió el mismo trato. Facebook y otros guardianes de la información en redes sociales incluso prohibieron publicaciones que adoptaban la tesis del origen en un laboratorio por difundir “desinformación”. Este fue un ejemplo preocupante del paralizante “pensamiento grupal”.

Sin embargo, la evidencia continuó aumentando de que no era “ciencia establecida” que el virus se originó en la naturaleza. Los reconocimientos, aún cuando se dieron de mala gana, surgieron de múltiples fuentes, incluyendo los Centros para el Control de Enfermedades, que era por lo menos posible que el virus podría haber empezado en un laboratorio. El último golpe a la ausencia de discusión llegó a fines de mayo cuando la administración de Biden autorizó una investigación integral para descubrir la fuente del coronavirus. Esa medida fue un giro total de la política de la administración durante sus primeras semanas en el poder cuando cerró una investigación similar que la administración de Trump había autorizado.

Estos desarrollos podrían tener implicaciones monumentales para la política de Washington hacia la República Popular de China. Si la hipótesis de la fuga de laboratorio resulta ser cierta, los halcones anti-China en EE. UU. proclamarán una vindicación —con justa razón. Desde un principio, los medios de comunicación conservadores, siendo los comentaristas de Fox News los que lideraron las acusaciones, fueron duros en sus críticas respecto de la falta de transparencia de Pekín en torno a casi todos los aspectos de la epidemia del COVID-19. Algunas personalidades de derecha incluso expresaron sospechas de que el coronavirus era un arma biológica que Pekín había desatado en el mundo. Una versión más moderada de la tesis de culpabilidad de China sostenía que los estándares relajados de contención en el laboratorio de Wuhan probablemente eran los responsables. El secretario de Estado Mike Pompeo afirmó en una entrevista de televisión a principios de mayo de 2020, “le puedo decir que hay una considerable cantidad de evidencia de que esto [el coronavirus] provino de ese laboratorio en Wuhan”.

La opinión pública estadounidense ya se había vuelto decididamente hostil hacia China desde el inicio de la pandemia del COVID-19 y la cruda represión por parte de Pekín del movimiento pro-democracia en Hong Kong. La opinión ciertamente se volverá más negativa si la evidencia indica que el laboratorio de Wuhan fue la fuente del COVID-19. De hecho, la sospecha bien podría fomentar la idea de que este episodio no fue un accidente, sino una ataque biológico deliberado contra EE. UU. y otros países occidentales.

La administración de Biden luego estaría bajo una presión intensa de adoptar una política de línea dura hacia Pekín. A pesar de las expectativas de que el presidente Biden buscaría restaurar una política mucho más cooperativa y conciliatoria frente a China luego de las tensiones en las relaciones bilaterales que caracterizaron los años de Trump, su estrategia de hecho ha sido equivalente a “Trump versión light”. En asunto tras asunto, desde Taiwán, hasta el Mar del Sur de China, el comercio, la postura de la administración de Biden hacia Pekín ha sido sorprendentemente firme. Las percepciones de que el COVID-19 se inició en un laboratorio de virología chino, no obstante, podrían obligar a la Casa Blanca a adoptar medidas todavía más firmes y beligerantes. Ese proceso podría intensificar las tensiones bilaterales y llevarlas a un nivel extremadamente peligroso.

Los aliados de Biden en el Congreso y en los medios de comunicación probablemente se encontrarán bajo un ataque feroz también. El intento inicial de sofocar el debate y exonerar al gobierno de China de cualquier responsabilidad por el inicio o esparcimiento del COVID-19 podría estar en peligro de resultar espectacularmente contraproducente. Los críticos incluso podrían cuestionar si esa campaña fue simplemente un error motivado por una hostilidad furibunda e irreflexiva frente a cualquier postura que adoptaba la administración de Trump, o si motivos más perversos —incluyendo los lazos financieros con el gobierno chino— jugaron un papel. El potencial de un nuevo McCarthyismo en torno a este asunto es considerable.

Cualquiera que sea el impacto sobre las relaciones entre EE. UU. y China, sin embargo, una investigación integral y objetiva de los orígenes de la pandemia del COVID-19 es esencial. Este incidente también debería servir como una advertencia tanto para la comunidad científica como la prensa de que apresurarse a emitir juicio —especialmente uno basado en consideraciones ideológicas o partidistas— puede producir resultados vergonzosos y destructivos. Este es un desempeño que nunca debería repetirse.

Ted Galen Carpenter es académico distinguido del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington’s Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).

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