Por Alejandro Berganza – actuall.com

Sin profundos cambios previos en percepciones moralmente neutras y hasta con apariencia de nobles no pudieron darse los inconcebibles genocidios chino, nazi y soviético del S XX que en el momento necesitaron condescendencia o silencio social y obediencia de miles de ejecutores.

Con el fin de identificar los preparativos, experimentemos mentalmente con un espíritu de inteligencia sobrehumana al que se le da la misión de causar dictaduras y genocidios en la tierra. Puesto que a la naturaleza humana le repugna el mal en sí mismo, empieza por consensuar en las élites intelectuales la idea que la libertad humana verdadera no reconoce ningún orden restrictivo descrito o propuesto por pensador o autoridad científica, moral o religiosa alguna.

En el ámbito filosófico lo logra con tres jugadas simples:

  • Una, recurre a genialidades como la «Fábula de las Abejas» de Mandeville para convencer que la moral y la religión deben ser recluidas a lo privado, porque obstruyen la libertad, la ciencia y el progreso material de la sociedad. Es asunto de cada quien cuán esclavo, ignorante y pobre decide ser.
  • Dos, denigra la noción de bien común y la reemplaza por ideas encantadoras como diálogo o consenso sin más referente que el acuerdo entre voluntades negociando en una burbuja. 
  • Y tres, ya sin bien común, la jugada maestra: entrona al poder como el objeto propio de la política.

En el plano de la naturaleza necesita una sola jugada: convence que no hay algo único o unificador real que pueda llamarse ‘naturaleza’ y que entrañe algún ‘logos’ o ley natural inteligible tal como lo expone Nietzsche: «el carácter total del mundo es por toda la eternidad el caos».

Una vez consumadas estas cuatro jugadas cada hombre se vuelve libertad pura sin naturaleza, sin Dios y sin sociedad. Y eso es todo. Las pasiones humanas energizadas por grandes inteligencias a la luz del dicho de Tolstoi: «el peor de los engaños es el autoengaño» cuentan con todo el campo abierto. Las premisas sistémicas que por fuerza cobran validez vuelven legítimo y hasta bueno reprimir, matar o «cancelar» seres humanos indeseables o no deseados. La sed intrínseca humana por el bien y la verdad se satisface con argumentos emocionales que originan un big bang cultural que crea un nuevo universo en constante expansión de contenidos de posverdad donde no es antojadizo que el mal sea llamado bien, y éste, mal, sino necesidad sistémica.

No hay poder como objeto en sí mismo de ninguna función de gobierno que no se derive de una obligación con un bien superior que le marca límites y al cual es debido. No debe haber ciencia de poder puro, porque sería ciencia para dioses no para humanos. El poder en la historia como principio de acción absoluto sin referentes no es el mayor, sino el único enemigo de la libertad. El poder sin poderdante sólo es propio de Dios. En cuanto se crea el vacío al retirar los referentes reales naturaleza y bien común que restringen el poder, se vuelve a llenar con poder puro creando a un dios tras otro en la historia y volviendo inevitables y sistémicamente necesarias las dictaduras abiertas o encubiertas políticas o culturales.

Si Dios no existe, el gobernante es dios

La moral y la virtud personal se vuelven el rasgo sistémico de mayor importancia pública cuando se instituye el bien común como objeto de la política, porque la deliberación entre iguales con el fin de definir y gestionar adaptativamente el bien común exige representatividad honesta que a su vez exige la máxima calidad moral individual. Que los políticos deben ser las personas más virtuosas de la comunidad se torna contenido del más elemental e incontrovertible sentido común.

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Si se expulsa el bien común entran contratos rousseaunianos que priorizan las habilidades utilitarias adversariales sobre la calidad moral: es mejor ser malo y vencer que ser bueno y perder. Como carpinteros sin madera los sabios se quedan sin materia de trabajo cívico. En paradoja alarmante con la visión platónica de un deseable gobierno de sabios: la sabiduría se vuelve indeseable al obstaculizar la ambición de negociadores duros cuando la fuerza pura sin referentes, no el intelecto que refiere a la realidad que trasciende a todas las partes, es lo determinante para lograr objetivos.

Para las ideologías que son proyectos de ingeniería social nacidos de intereses particulares de poderosos la naturaleza es el principal antagonista. Hitler produjo su ciencia aria, Lenin adoptó la ciencia de la historia marxiana y hoy el movimiento LGBT ha creado su ciencia de género que creativamente extrapola categorías gramaticales a la biología inflando el universo de la posverdad.  

La naturaleza y el bien común son no sólo las mejores, sino las únicas armas del ciudadano contra proyectos políticos y culturales de dominación. La naturaleza es la sombra perceptible de Dios en el mundo; el bien común es la expresión cumbre del «mandatum novum«; ambos pueden y deben ser el punto de encuentro entre creyentes y no creyentes.

Sólo después de restauradas, vividas y defendidas la naturaleza y el bien común se cerrará el espacio a la fuerza bruta y se le abrirá al humanismo; los sabios volverán a trabajar y se podrá evitar toda dictadura.

La naturaleza y el bien común son el escudo y las armas de combate de la libertad.

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