Medio siglo de vacío por la destrucción de la cultura tradicional hizo que las artes marciales popularizadas hoy tomen solo la cáscara y omitan la esencia de lo que es un profundo compendio de ciencias para salvaguardar la paz. Analizamos aquí los factores de la historia reciente que desvirtuaron las artes marciales y redescubrimos la esencia perdida.
Piñas furiosas, patadas vengadoras, competencias ruidosas con presentadores graciosos… quizás para sorpresa de muchos, nada de eso es “Wushu”. Esparcidas por el vigoroso auge de las películas hongkonesas de artes marciales de los ’80, diversas técnicas de wushu, desplegadas en escenas de sangrientos combates entre héroes y mafiosos corriendo por los interminables muelles, fascinaron a Occidente. Desde entonces, las artes marciales se difundieron ampliamente en cada rincón del mundo. Pero pocos de quienes las adoptaron tuvieron en cuenta que entre esas imágenes y la verdadera esencia y profundidad de la cultura del wushu había un abismo de tres décadas, que se prolonga hasta hoy. Así, la nueva concepción popularizada de las artes marciales tomó sólo la cáscara y separó la sustancia: una enriquecedora cultura holística de vida.
Hermanas de la danza, las artes marciales existen en China desde hace cinco mil años. No es una coincidencia que el termino chino “wu”, que se traduce como “marcial”, suene igual que término que significa “danza”. Los practicantes superiores de wushu, aun cuando están luchando, manifiestan belleza; se ven como si estuvieran bailando. Mientras que la danza se utilizaba para alabar a los dioses y a los antepasados, las artes marciales se empleaban para detener al mal; pero nunca se concibieron para infligir daño, sino para proteger a la gente buena.
El wushu derivó inicialmente de la escuela Dao (Tao), por lo que está relacionado estrechamente con la cultivación espiritual. Sus pilares básicos eran cultivar la virtud, perfeccionar la técnica artística, nutrir la salud y la longevidad, mejorar las condiciones físicas, defenderse a uno mismo y prevenir la violencia.
Una historia de películas
A pesar de haber sobrevivido a las innumerables turbulencias de la historia china hasta mediados del siglo pasado, el wushu despareció casi completamente cuando el partido comunista chino tomó el poder en 1948 y empezó una aniquilación sistemática de la cultura tradicional. El remate de su perdición ocurrió durante la Revolución cultural, entre las décadas de los ’60 y ’70, cuando aquel impuso una prohibición total y violenta contra todos los aspectos de la cultura tradicional. Varias décadas después de verse forzados a dejar de practicarlo –o incluso morir en el intento–, muchos grandes maestros perecieron o fueron tan denigrados y adoctrinados durante ese tiempo que nunca más se atrevieron a continuar la tradición.
Por eso, el wushu se fue olvidando como tantas otras facetas de la cultura antigua, hasta que fue revivido y popularizado en los 80’ a través de las películas cinematográficas hongkonesas; estas, a su vez, tomaron ideas de las películas de artes marciales japonesas. En ese tiempo se empezó a filmar en Hong Kong un sinfín de películas de artes marciales que hicieron furor alrededor del mundo. Por todo el globo surgieron innumerables aficionados del wushu, y muchos se dedicaron a aprenderlo y enseñarlo con mucha pasión. Pero, como consecuencia del corte tajante de la tradición en China, era casi imposible encontrar una escuela verdadera; de hecho, casi nadie sabía o tuvo realmente en cuenta que en el wushu clásico y verdadero la cultivación interior es un requisito absoluto y primario.
En las películas de Hong Kong faltaba este aspecto vital. Quizás por eso muy pocas de esas películas –por más populares que hayan sido– pudieron consagrarse como leyendas del cine, ya que apuntaban solo al entrenamiento y la satisfacción instantánea derivados de los movimientos y las acciones. En cambio, varias películas japonesas de wushu sí quedaron como leyendas en la historia de cine, porque contienen el significado profundo del wushu. Esto se debe a que la cultura de Japón viene de China, y cuando en China la cultura tradicional era prohibida y aniquilada por el régimen comunista, Japón la atesoró y la difundió, tratando de llevarla, a su vez, a mayores niveles de perfección; así sucedió con el wushu, el juego de mesa go, la ceremonia de té, la cerámica, etc. Recién cuando el régimen comunista chino se dio cuenta, en las últimas décadas, que esta cultura antigua era respetada por el mundo, comenzó a utilizarla para validar a su régimen.
El famoso director y actor japonés Akira Kurosawa (1910-1988), apodado “el emperador”, hizo famoso el wushu con sus 88 películas. ‘Los siete samuráis’ (1954) y ‘Rashomon’ (1950) fueron de las más famosas e influyentes. Kurosawa es descendiente de auténticos samuráis, para quienes lo más importante son los principios de comportamiento: rectitud, coraje, compasión, respeto, honor, honestidad y lealtad; estos son, de hecho, los principios básicos para el comportamiento humano en la cultura antigua china. Kurosawa basaba sus personajes en estos principios, por lo que sus películas de artes marciales quedaron para siempre como material de enseñanza sobre el comportamiento recto de un hombre.
El wushu “modernizado”
Hoy, el wushu se ha transformado de un arte del combate y la cultivación del corazón a un conjunto de técnicas que se practican para competir, para pelear y para perseguir beneficios personales. La mayoría de los occidentales y los chinos jóvenes no conoce el wushu verdadero.
Muchas competencias se realizan como espectáculos de boxeo, ruidosas, incluso con un presentador haciendo chistes. Así, carecen de la disciplina y la tranquilidad que deben tener los practicantes de wushu. A los principios del wushu ya no se les da importancia aun en China misma.
Por eso, muchas artes marciales difundidas en la actualidad se encuadran tan solo en la mera técnica, el entrenamiento y la destreza corporal. Hoy, el kungfu se considera una mera práctica de combate. El Taichi, que es conocido en todo el mundo, tampoco es lo que era.
El Taichi Quan fue desarrollado por el practicante taoísta Zhang Sanfeng durante la dinastía Ming (1368-1644). Formaba parte de la Escuela Tao para la cultivación interna. El Taichi Quan utiliza la energía interna; sus movimientos son suaves y lentos, haciendo que la suavidad domine el vigor. Sin embargo, con el paso del tiempo, el Taichi Quan perdió la parte más importante –la cultivación interna– y empezó a distorsionarse. Ahora abundan las enseñanzas por todo el mundo por parte de ‘maestros’ autos denominados que lo comercializan. Esto no tiene nada que ver con el Taichi original.
Pero por suerte, en Taiwán se ha salvaguardado la cultura china antigua. Allí está ocurriendo actualmente un florecimiento del wushu clásico, respetando los principios. Los grandes maestros de hoy en día vienen de Taiwán; ellos fomentan la filosofía en la enseñanza.
La diferencia
Tal como enseñan los maestros del wushu tradicional, la mayor diferencia con el wushu moderno y otros tipos de técnicas de combate es que el contenido interior del wushu tradicional arrastra una riqueza cultural muy amplia y elevada. Para poder asimilar el wushu, hay que vivir la filosofía detrás de la enseñanza, entender el contenido, valorar la belleza en los movimientos, experimentar el grado de dificultad al aprender, encarnar el logro de la excelencia, conocer la ciencia del entrenamiento y asumir el requisito absoluto en lo que respecta a la cultivación del interior.
En pocas palabras, el wushu no es solo un conjunto de técnicas de combate sino un compendio de ciencias que toca la filosofía social, la medicina china, la ética, la ciencia militar, la estética, el qigong (o “chi kun”) y otros valores y tradiciones culturales. Asimismo, se adentra en la cultivación tanto interna como externa; esto incluye la erudición sobre principios tales como el equilibrio de yin y yang, y la teoría de la energía, el movimiento y la tranquilidad. Ricas en contenido y de significado profundo, las artes marciales son un valioso patrimonio que el pueblo chino ha legado a la humanidad, cuya verdadera esencia aguarda por resurgir.
Artículo publicado originalmente en la revista 2013 y más allá