Por Carlos Esteban – gaceta.es
El régimen chino anuncia que, a partir de ahora, permitirá a los matrimonios chinos tener un tercer hijo. La noticia es enormemente oportuna para recordar dos detallitos que, en el marasmo de la actualidad, se olvidan muy a menudo: que el gigante chino, presentado en Davos y otros foros globalistas poco menos que como el salvador del libre comercio y el modelo envidiable para Occidente, sigue siendo una atroz tiranía donde el poder decide incluso cuántos hijos puede tener una pareja; y que en el mundo adelante, esto tan de moda de solucionar nuestras tasas de natalidad suicidas con la inmigración masiva, sea legal o ilegal, a quién le importa, no es una solución del gusto de todos, ni mucho menos: solo es válida, de hecho, para el Occidente de cultura cristiana.
China se ha dado cuenta de la trampa en que les metió Mao. El país es y ha sido durante mucho tiempo el más poblado del mundo y, en plena histeria en torno a la superpoblación, el Gran Timonel decidió resolver el asunto como solo la peor tiranía puede hacerlo: prohibiendo tener más de un hijo, una potestad que en su momento envidiaron muchos integrantes del Club de Roma.
Muerto el tirano fundacional, el Partido Comunista abrió la mano, permitiendo un segundo hijo. Y, ahora, van por el tercero. Y es que, de golpe, China se ha dado cuenta de que corre el riesgo de volverse demasiado vieja antes de convertirse en lo bastante rica. Actuar sobre los nacimientos para reducir la población es, como se le ocurre al que asó la manteca, un modo de prepararte un futuro con una creciente población de jubilados consumiendo lo que produce una menguante población de jóvenes.
La prohibición tuvo también otro efecto perverso: la descompensación sexual. En China, como en tantas otras culturas orientales (India es un claro ejemplo), hay un fuerte sesgo a favor del varón, de manera que si solo se puede tener un vástago, mejor que sea niño que niña. Y con el aborto no solo permitido, sino incentivado, es fácil elegir. Eso ha hecho que existan muchos más chinos que chinas, decenas de millones. Les dejo que imaginen los problemas que pueden representar millones de varones sin posibilidad de encontrar mujer, pero ya les anuncio que nada bueno.
Así que el Politburó, en una reunión presidida por Xi Jinping, acaba de decidir relajar el límite de los dos hijos. Ahora tres es el máximo legal, según informa la agencia oficial Xinhua News Agency.
El problema de la bajísima natalidad no afecta solo a China, en absoluto. En toda Europa y, muy especialmente, en España, las cifras son terroríficas, sin precedentes en la historia, no ya por debajo de la tasa de sustitución, sino en unos niveles de los que no se ha recuperado ninguna civilización conocida por los demógrafos.
La solución que dan nuestros líderes nunca es, por supuesto, fomentar la natalidad patria, más bien al contrario: la cultura oficial sigue disuadiendo de tener hijos muy activamente, y la estructura política y económica sigue convirtiéndolo en una heroicidad. Pero no hay problema, porque de África vendrán los que “nos paguen las pensiones” y quienes “hagan los trabajos que los españoles no quieren hacer”, dos consignas entre la estupidez y la perversidad.
Y es curioso que siendo una solución tan fácil y, a decir de nuestros líderes, prácticamente indolora, a China no se le pase por la imaginación. Tampoco a Japón, el país más envejecido del planeta. En general, y fuera de nuestra burbuja occidental, los países no consideran la mejor idea del mundo asegurar la supervivencia del país convirtiéndose en otro país, y lo que quieren es mantenerse como ellos mismos. China, en fin, quiere seguir siendo china.