Por Agustina Sucri – La Prensa
Los tratamientos transgénero, que en nuestro país fueron garantizados por una ley en 2012, y que se nos presentan como una de las tantas conquistas modernas en materia de derechos, tienen -como siempre- un lado oscuro que los medios se empeñan en ocultar. Ese lado oscuro comprende nada menos que un 70% de arrepentidos que pretenden ser invisibilizados, entre los cuales hay incluso adolescentes, y que hoy afrontan secuelas y daños irreversibles. Así lo advierte el doctor Horacio Boló tras efectuar una recopilación de estudios difundidos en publicaciones científicas de prestigio.
En un artículo de su autoría, el médico argentino apunta al avance de estos tratamientos como un efecto del contagio social, pese a las consecuencias dramáticas que acarrea. Para advertir la dimensión del fenómeno, señala que los pedidos de esta clase de procedimientos y terapias han aumentado en 4.000% (más de 40 veces) desde 2006 a la fecha en Estados Unidos y lo mismo ha sucedido en Finlandia, Noruega, Países Bajos, Canadá y Australia. En Reino Unido se ha registrado un aumento de 30 veces. Pero el médico menciona una nota publicada el 26 de abril en Medscape, principal sitio de información médica por Internet, que sugiere que tal vez estemos cerca de un punto de inflexión.
“Transgender teens: is the tide starting to turn?” (Adolescentes transgénero: ¿está la marea empezando a cambiar?) fue el título de esa nota, firmada por Becky McCall y Lisa Nainggoian, a la que Boló atribuye una gran importancia desde el punto de vista médico y socio-cultural.
El artículo en cuestión comienza relatando el caso de Keira Bell, una mujer de 24 años, inglesa, que todos los días se lamenta de haberse convertido en un “hombre” transgénero. En su adolescencia recibió bloqueantes de la pubertad y luego testosterona (hormona masculina). A los 20 años le hicieron una mastectomía bilateral. El 1 de diciembre del 2020 ganó un juicio contra un servicio dedicado a la identidad de género del Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña (Gender Identity Development Service), alegando que los clínicos debieron haber estudiado más de cerca su solicitud de cambio de sexo antes de empezar con el tratamiento médico.
La Corte dictaminó que los jóvenes menores de 16 años con disforia de género (personas que no se identifican con el sexo con que han nacido) no pueden dar un consentimiento informado para el tratamiento con bloqueadores hormonales en la pubertad (sustancias que detienen la pubertad normal) y anima a los médicos a que pidan una aprobación de la Corte antes de iniciar el tratamiento médico de cualquier persona con disforia de género menor de 18 años. El veredicto fue unánime.
En su relato, Keira Bell confiesa que “era una niña infeliz que necesitaba ayuda. En lugar de recibir ayuda, fui tratada como un experimento. Cuando hube madurado me di cuenta de que mi disforia de género era un síntoma de mi miseria, no la causa. Cinco años después de haber comenzado mi transición para transformarme en un hombre comencé el proceso de ‘detransición’. Las consecuencias que tuve han sido muy profundas: probablemente sea estéril, perdí mis pechos, no puedo amamantar, tengo atrofia genital, cambio permanente en la voz, vello facial. Los agentes para bloquear la pubertad que recibí a los 16 años para detener mi maduración sexual me fueron dados con la idea de que esto me daría una ‘pausa’ para pensar acerca de si quería continuar con el paso siguiente de la transición hacia el cambio de género. Esta llamada ‘pausa’ hizo que me sintiera como menopaúsica, con tuforadas de calor, sudoración nocturna y confusión mental. Todo esto provocó que me resultara muy difícil pensar con claridad sobre lo que debía hacer”.
Boló indica que el relato de Bell puede leerse en el sitio “Persuasion Community”, y añade que “realmente vale la pena ya que tiene muchas consideraciones atinadas sobre el tema y críticas muy importantes al Centro que hace estos tratamientos en Inglaterra”.
¿UN EXPERIMENTO?
Respecto del modo en que es llevado adelante el procedimiento para el cambio de sexo, Boló detalla que usan primero bloqueadores de la pubertad y luego el 80% pasa a la medicación hormonal, un tratamiento que es de por vida.
“Los bloqueantes de la pubertad no mejoran la calidad de vida de los adolescentes, y tienen efectos adversos en la densidad ósea y en el crecimiento; casi el 100% pasa al tratamiento con hormonas cruzadas (se les suministra estrógenos a los nacidos hombres y testosterona a las nacidas mujeres). De ninguna manera está probado que sus efectos sean totalmente reversibles”, advierte.
El médico explica que en el fallo de la Corte del Reino Unido sobre el caso de Keira Bell figura lo siguiente: “El Dr. Christopher Gillberg, profesor de psiquiatría infantil y de la adolescencia en la Universidad de Gothenburg, en Suecia, y especialista en autismo, fue un testigo experto para nuestro caso. Gillberg dijo en su declaración en la Corte que había tratado chicos con autismo por más de 45 años y era muy raro tener pacientes con disforia de género, pero a partir del 2013 hubo una explosión, siendo la mayoría biológicamente mujeres. Gilbert le dijo a la Corte que lo que estaba sucediendo en el centro de Tavistock era un experimento en vivo con chicos y adolescentes”.
Después de ese fallo, según la reconstrucción de Boló, el Gender Identity Development Service (pertenece al Servicio Nacional de Salud inglés) de Tavistock, dio a conocer un estudio interno de un grupo de 44 pacientes que habían comenzado a tomar bloqueantes de la pubertad entre los 12 y los 15 años. En ese estudio se dice que “este tratamiento había fracasado en su intento de mejorar el estado mental de los pacientes y que no había tenido ningún efecto significativo en sus funciones psicológicas, en sus pensamientos auto agresivos ni en su imagen corporal, ni en su calidad de vida, ni en el grado de disforia”. De los 44 pacientes, 43 siguieron con el tratamiento hormonal: estrógenos para los varones biológicos y testosterona para las adolescentes biológicamente mujeres. Ese estudio, continúa el médico, fue dado a conocer por el British Medical Journal, prestigiosa y reconocida revista de Medicina, en febrero último.
Pero ya antes de ese fallo de la Corte -recuerda Boló-, el Departamento de Sociología y el St. Cross College de la Universidad de Oxford publicaron en julio de 2019 un artículo que revisaba a fondo lo que llaman el “experimento con bloqueantes hormonales”. Añade que hay una extensa bibliografía que puede consultarse en el sitio web de la Universidad de Oxford.
DAÑO IRREVERSIBLE
”Hay médicos que informan que hasta un 70% de los sometidos a estos tratamientos lamenta su decisión y algunos piden revertir los efectos de la cirugía”, sostiene Boló, para luego añadir que “un psicoterapeuta, James Caspain, intentó hacer una investigación sobre los que lamentaban haberse hecho cirugía: la Universidad bloqueó la investigación por no ser políticamente correcta”.
En su escrito, el profesional argentino afirma que en diciembre de 2020 la Corte del Reino Unido dictaminó que los menores de 16 años con disforia de género no pueden dar un consentimiento informado para el tratamiento con bloqueantes que detienen la pubertad normal, pero el dictamen ha sido apelado.
”Este tratamiento -explica- se usa como una pausa hasta que el chico pueda confirmar su decisión. El paso siguiente es dar hormonas cruzadas, tratamiento que se asocia a varios cambios irreversibles: voz más gruesa, vello facial, crecimiento del clítoris y posiblemente infertilidad en las chicas, y disfunción sexual en unos y otras. A largo plazo: osteoporosis, eventos tromboembólicos, enfermedad cardiovascular y cáncer, entre otros. El 87% de los que empieza con bloqueantes pasa a tomar hormonas”.
En su repaso sobre el tema, pone de manifiesto que “el último año una de las colaboradoras del Wall Street Journal, Abigail Shrier, publicó el libro ‘Irreversible damage: teenage and the trasngender craze’, que hizo furor”. Menciona además que The Economist lo puso en la lista de los mejores libros de 2020, que en Amazon ha sido uno de los más vendidos, y que The Times de Londres dijo que la autora había hecho una obra devastadora, pero que se basaba rigurosamente en hechos: una investigación minuciosa. “Sobre 3.000 calificaciones en Amazon, el 85% le puso cinco estrellas”, puntualiza.
El médico argentino subraya que Shrier entrevistó a más de 200 personas, entre ellas médicos, psicoterapeutas, padres, “detransitioners”, “influencers” en transgénero y adultos trans, y que muchos padres dijeron que a sus hijos les habían lavado el cerebro.
Pero también destaca que, en el extremo opuesto, “hubo gente que dijo que al libro ‘había que quemarlo’. Pone como ejemplo que movimientos LGBT están pidiendo a las librerías que lo retiren de la venta y el New York Times se unió a la campaña con el argumento de que por defender la libertad de prensa se está haciendo un gran daño a los transgéneros”. Esto puede deberse, según Boló, al hecho de que “la verdad basada en la realidad es dura”, y recomienda visitar al respecto el sitio www.transgendertrend.com.
POLITICAS
Como signos de aquella posible reversión de la marea de la que hablaba la nota de Medscape, Boló señala que el estado de Arkansas aprobó una ley que prohíbe los tratamientos transgénero a los jóvenes menores de 18 años, y que otros 17 estados están considerando dictar una ley semejante. Además puntualiza que muchos autores sostienen que la madurez llega a los 25 años.
Por otra parte, recopila estudios sobre las consecuencias que no siempre se hacen visibles de dichos tratamientos. Alude, por ejemplo, a un estudio realizado en Suecia en adultos que fueron tratados farmacológicamente y con cirugía que demostró que el índice de suicidios resultó 20 veces mayor que entre los que aceptan su sexo de nacimiento.
Otra investigación que cita es una realizada en los países bajos que dio resultados semejantes: una mortalidad 51% más alta que la población control debido a suicidio, sida, drogadicción y, tal vez, cáncer de pulmón y hemopatías malignas. Además, afirma que el uso de estrógenos en los nacidos hombres se asocia a tres veces más muertes por enfermedad cardiovascular.
La evidencia indica que los cambios de sexo no reducen la tasa de suicidios y, de hecho, muchos médicos están dejando los centros donde se realizan estos procedimientos por la falta de datos que avalen su beneficio.
“En 2020 Finlandia llegó a la misma conclusión que la Corte de Reino Unido: no hay evidencias que avalen el uso de tratamiento hormonal”, escribe Boló.
Continúa haciendo hincapié en que el número de arrepentidos que quiere volver a su género al nacer es tan importante que hay sitios en internet dedicados a ellos. Por ejemplo, menciona a “Reddit subtreated”, que cuenta actualmente con 19.000 miembros, y agrega que en Suecia hay una clínica que ofrece ayuda a los que quieren volver al sexo de nacimiento. “Incluso hay al respecto un sitio manejado por transgéneros (www.trevoices.com)”, afirma.
El médico recoge las conclusiones a las que llegó el Hospital de la Universidad de Karolinska, que ha dejado de dar bloqueantes y hormonas sexuales a menores de 16 años: “Estos tratamientos están llenos de peligros con consecuencias adversas e irreversibles: enfermedades cardiovasculares, osteoporosis, infertilidad, aumento de la incidencia de tumores malignos”. El hospital recomienda una cuidadosa revisión de los pacientes actualmente en tratamiento y para los pacientes de entre 16 y 18 años aconseja a los médicos tratantes que soliciten aprobación de la Justicia antes de iniciar tratamiento hormonal.
“Los datos constituyen una realidad científico-médica actual cuya trascendencia no puede soslayarse”, sostiene Boló, para luego concluir: “Algunos medios masivos de comunicación y ciertos grupos interesados intentan criticar información objetiva, acusándola de intencionada. Semejante tergiversación de la verdad es tan grave como el daño que se comete con estos menores y sus familias”.
SITUACION LOCAL
En la Argentina, en los últimos años, se ha extendido la cantidad de consultorios que posibilitan el tratamiento hormonal, sumando ya 170, tras la promulgación en 2012 de la ley 26.743.
Dicha normativa establece -entre otras cosas- que las personas mayores de 18 años podrán “acceder a intervenciones quirúrgicas totales y parciales y/o tratamientos integrales hormonales para adecuar su cuerpo, incluida su genitalidad, a su identidad de género autopercibida, sin necesidad de requerir autorización judicial o administrativa”. Y se aclara que “en el caso de las personas menores de edad regirán los principios y requisitos establecidos en el artículo 5° para la obtención del consentimiento informado. Sin perjuicio de ello, para el caso de la obtención del mismo respecto de la intervención quirúrgica total o parcial se deberá contar, además, con la conformidad de la autoridad judicial competente de cada jurisdicción, quien deberá velar por los principios de capacidad progresiva e interés superior del niño o niña de acuerdo con lo estipulado por la Convención sobre los Derechos del Niño y en la Ley 26.061 de protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes. La autoridad judicial deberá expedirse en un plazo no mayor de sesenta (60) días contados a partir de la solicitud de conformidad. Los efectores del sistema público de salud, ya sean estatales, privados o del subsistema de obras sociales, deberán garantizar en forma permanente los derechos que esta ley reconoce”.
La ley estipula que “todas las prestaciones de salud contempladas en el presente artículo quedan incluidas en el Plan Médico Obligatorio, o el que lo reemplace, conforme lo reglamente la autoridad de aplicación”.
Garantizar el acceso a esta clase de tratamientos supone un alto costo para un sistema sanitario que ni siquiera alcanza a cubrir las prestaciones requeridas por aquellos que padecen algunas de las enfermedades que mayor mortalidad causan (afecciones cardiovasculares, cáncer o diabetes, entre otras). Solo en la provincia de Buenos Aires, en los últimos 12 meses se invirtieron $26.823.179 en la adquisición de tratamientos de modificación corporal hormonal para los más de 1.500 adultos y niños transgénero bonaerenses, según un reciente artículo publicado en El Disenso.
Como puede verse, estos tratamientos no solo tensionan el ya debilitado sistema sanitario sino que, más importante aún, implican un alto costo para las personas que acuden a ellos, engañados, en busca de un supuesto “derecho”, con consecuencias de las que muy pocos hablan.