Por Gerardo Garibay Camarena – elamerican.com

Respecto a la democracia en México, hay dos cosas cada vez más claras: 1) la alianza política de López Obrador va a perder las elecciones intermedias; y 2) López Obrador no va a reconocer su derrota. Ello coloca el país ante las puertas de un profundo conflicto político, incluso con la muy real posibilidad de una regresión autoritaria que ponga en entredicho e incluso elimine los avances democráticos construidos desde 1978 como parte del proceso de transición.

Las señales están claras para todo aquel que esté dispuesto a observarlas. La semana pasada, por primera vez, las proyecciones de encuestadoras como Massive Caller plantearon un escenario donde la oposición consigue la mayoría en la Cámara de Diputados, lo que paralizaría completamente al gobierno de López Obrador e incluso le impediría aprobar un presupuesto federal a su contentillo. Todo tendrían que negociarlo, y a AMLO no le gusta negociar.

También la semana pasada, la Fiscalía General de la República inició procesos de investigación evidentemente politizados en contra de los candidatos de Movimiento Ciudadano y el PRI a la gubernatura de Nuevo León (Samuel García y Adrián de la Garza, respectivamente), lo que constituye un burdo montaje diseñado para reposicionar a la candidata obradorista, Clara Luz Flores, que en las últimas semanas cayó del primero al tercer lugar en las preferencias.

Y podemos afirmar con absoluta certeza que López Obrador está detrás de esas investigaciones sin fundamento, porque el propio presidente lo presumió en una de sus conferencias mañaneras, cuando le preguntaron si estaba “metiendo mano” en el proceso electoral y él respondió “claro que sí”, añadiendo con ese tonito insufrible de las autócratas, que él no puede ser “cómplice del fraude electoral”.

Y no ha sido únicamente el caso de Nuevo León. El presidente López Obrador y su partido se han enfrentado abierta y sistemáticamente al árbitro electoral, amenazando con reformas para eliminar al Instituto Nacional Electoral e incluso señalando que la aplicación de la ley no puede estar por encima de la voluntad del pueblo (es decir, del capricho del tirano).

Por lo tanto, ante el evidente desprecio del régimen hacia las instituciones electorales y el también evidente desplome de sus apoyos ciudadanos, hay un escenario muy probable donde AMLO pierde el control de la Cámara de Diputados, pero se niega a reconocerlo.

¿Qué hacer? Hay 5 cosas por hacer para salvar la democracia en México

Seguir movilizando a la sociedad. Cada vez más mexicanos hablan a los ojos al fracaso y el peligro del régimen obradorista, y las últimas encuestas son muy esperanzadoras para la oposición, pero eso no significa que ya es momento de celebrar o de bajar los brazos. Faltan 3 semanas para las elecciones y en ese lapso pueden ocurrir muchas cosas, el trabajo político y de convencimiento debe continuar e incluso intensificarse

Acudir a votar. Esta parece una verdad de Perogrullo, pero aun así hay que mencionarla. Las elecciones intermedias normalmente tienen niveles de participación mucho más bajos que los comicios presidenciales, y ello genera ventajas para la compra de votos y la movilización corporativa. Para quienes han entendido el peligro de la consolidación del régimen obradorista, el quejarse en Twitter o compartir memes en Facebook está bien, pero no basta. El 6 de junio hay que ir a votar, conscientes de que, si AMLO arrasa en esta elección, la del 2021 habrá sido la última ocasión en que México acuda a las urnas bajo instituciones y certezas democráticas.

Así de claro: Para el 2024 el partido de Estado ya estaría consolidado, así que el momento es ahora.

Defender a las instituciones electorales y el proceso electoral. Las elecciones en México son organizadas por cerca de un millón de ciudadanos, la abrumadora de mayoría de ellos voluntarios, que participan en la instalación de casillas y el recuento de votos como parte de un sistema perfeccionado a lo largo de décadas, que vuelve esencialmente imposibles los fraudes electorales.

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Es de suma importancia defender esos avances ante la andanada de acusaciones y difamaciones que encabezará el presidente de la República. López Obrador es incapaz de reconocer una derrota, siempre que los su partido pierden alega “fraude” y complot, acusando incluso a sus propios representantes de casillas, como lo hizo en 2006. Si en esta ocasión nuevamente se lanza contra los ciudadanos que organizaron y participaron en la logística electoral (y lo hará) será necesario defenderlos y defender la integridad de los resultados.

Entender que la lucha no termina el 6 de junio. Ese día son las elecciones, pero la lucha no terminará con el cierre de las casillas. Por el contrario, el conflicto postelectoral en los tribunales, en los medios y en las calles será definitivo. No basta con ir a votar, luego hay que defender ese voto. La parte jurídica les corresponderá a los equipos de los partidos políticos, y se definirá en los tribunales. La parte mediática y política nos corresponde a los ciudadanos y se definirá en la prensa y en las calles.

Las movilizaciones callejeras tienen un peso simbólico que en podemos ignorar y que el propio Andrés Manuel ha aprovechado de manera muy efectiva a lo largo de su carrera política. Esta vez nos debemos regalarle a la calle.

Llegado el momento habrá que salir a defender el voto como se hacía en los años 90, pero con prudencia, porque seguramente la izquierda tratará de aprovechar cualquier ambiente de movilización para corromper el movimiento, generar violencia e infiltrar agendas radicales, de manera similar a lo que hemos visto en países como Chile y Colombia. No podemos permitirlo.

Resistencia civil. Si Andrés Manuel pierde las elecciones y se niega a reconocer los resultados, él tendrá un solo camino: consolidar el autoritarismo y dar básicamente un autogolpe de Estado, desconociendo los resultados y las instituciones electorales, para aferrarse al poder. Ante ese intento, nosotros tendremos un solo camino: construir una verdadera resistencia civil, entendiendo que los próximos meses seguramente no serán cómodos o “normales” para el país, pero que, por el bien de la democracia en México no podemos ceder en silencio nuestras libertades.

Si México se enfrenta al tirano, la situación política seguramente se volverá más tensa e incluso la recuperación económica se verá afectada, pero si nos quedamos callados, el costo político, económico y social será mil veces mayor. Nos acercamos al momento definitivo para la democracia en México y las acciones de ambos bandos definirán el rumbo político de las próximas décadas, eligiendo entre una democracia imperfecta, pero viva; o una nueva “dictadura perfecta”, ahora empeorada con aderezos chavistas.

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