Por Lawrence W. Reed – El American

Esto puede sonar a despotricar, pero tengo que desahogarme. La gente que ansía el poder político y crea lucha de clases y conflictos para conseguirlo realmente me molesta. Y deberían molestarte a ti también, porque están jugando con tu bolsillo, tus libertades y el futuro de tus hijos.

Para ser un país construido sobre la propiedad privada, el espíritu empresarial de riesgo y el respeto por el éxito, Estados Unidos produce mucha gente envidiosa hoy en día. Nuestro costoso Estado del bienestar está alimentado, parafraseando al gran economista Thomas Sowell, por la noción destructiva de que la “avaricia” es cuando quieres quedarte con tu propio dinero y la “compasión” es cuando quieres tomar el de los demás.

En su libro imprescindible, La Visión del Ungido, Sowell señala el notable grado de movilidad ascendente en las economías libres:

¿Qué sentido tendría clasificar a un hombre como minusválido porque hoy está en una silla de ruedas, si se espera que vuelva a caminar en un mes y compita en carreras de atletismo antes de que acabe el año? Sin embargo, los americanos suelen recibir etiquetas de “clase” en función de su ubicación transitoria en la corriente de ingresos. Si la mayoría de los americanos no permanecen en la misma franja de ingresos ni siquiera durante una década, sus repetidos cambios de “clase” hacen que la propia clase sea un concepto nebuloso. Sin embargo, los intelectuales están acostumbrados, sino adictos, a ver el mundo en términos de clase.

Tenemos un presidente que apela descaradamente a lo peor de nosotros. Dice que debemos levantarnos arrastrando a los demás (es decir, a “los ricos”). Se supone que debemos mirar con desdén a los que tienen más y confiar en los grandes derrochadores como él para que se apoderen de nuestra parte justa, que en realidad se traduce en todo lo que él quiera mangar y despilfarrar en sus amigos y sus causas favoritas.

No es de extrañar que todo lo que pueda hacer sea proponer el reparto de un pastel cada vez más pequeño: nunca en su vida ha demostrado que sabe hacer una por sí mismo. Es el último de una larga serie de demagogos y vendedores de aceite de serpiente que repiten como loros el libro de jugadas de la lucha de clases del Partido Demócrata.

Lucha de clases - El American
“La gente que ansía el poder político y crea lucha de clases y conflictos para conseguirlo realmente me molesta. Y deberían molestarte a ti también, porque están jugando con tu bolsillo, tus libertades y el futuro de tus hijos.” (EFE/EPA/TASOS KATOPODIS / POOL)

Los “progresistas” de izquierda como Biden, arquitectos de un sinfín de planes que empobrecen a la gente (desde escuelas gubernamentales podridas hasta regulaciones sin sentido), nos dicen que demasiados americanos tienen muy poca riqueza y que muy pocos tienen demasiada. La “solución” es siempre la misma: aún más esquemas para robar a Pedro para pagar a Pablo mientras se asegura que Pablo siga dependiendo de los políticos para su salvación.

Imagínense. El mismo Gobierno que no puede gestionar responsablemente sus propios asuntos fiscales, que despilfarra miles de millones de dólares de otras personas en subsidios para corporaciones y regímenes extranjeros, que desperdició billones en una guerra contraproducente contra la pobreza, que ahora quiere gastar billones más en Dios sabe qué en nombre de la “infraestructura”, quiere presidir una amplia expansión del papá Estado. Y los medios para hacerlo vendrán supuestamente de subidas de impuestos al estilo de la lucha de clases que harán que los ricos “paguen su parte justa”.

Me recuerda a algo que el filósofo Henry David Thoreau dijo una vez: “Si supiera con certeza que un hombre viene a mi casa para hacerme un bien, correría por mi vida”.

El economista Daniel Mitchell señaló hace unos meses que el 20 % de las personas con mayores ingresos en Estados Unidos ya paga alrededor del 70 % de los impuestos. Mi opinión es que si el 20 % superior pagara todos los impuestos del país, Biden y los guerreros de clase seguirían parloteando sobre cómo los malvados ricos deberían pagar más.

Esto es lo que hacen los guerreros de clase. Para su propia ventaja política y para empoderarse, enfrentan a la gente entre sí. Fabrican villanos y víctimas y luego se hacen pasar por los caballeros blancos que salvarán a un grupo del otro. Deberíamos preguntarnos quién nos salvará a todos de ellos.

Los déficits del Gobierno drenan más de un billón de dólares de capital productivo cada año. Los impuestos, las regulaciones y los trámites burocráticos impiden que muchos aspirantes a empresarios se pongan en marcha y empleen a otros que necesitan trabajo. Las políticas de bienestar pagan a millones de personas para que permanezcan en la pobreza. El monopolio gubernamental de la educación gasta una fortuna y con demasiada frecuencia garantiza que los niños estén mal preparados para un futuro productivo. No sé a ustedes, pero a mí el Gobierno no me inspira ninguna confianza en que sepa quién debe poseer qué.

Para empezar, nuestros “líderes” en el Gobierno federal tienen la habilidad de negarse a asumir la responsabilidad de su propia obra. Proponen A y, cuando fracasa, proponen B para solucionar los problemas que A creó. B, por supuesto, es otro plan descabellado y cuando fracasa, proponen la intervención C, y así sucesivamente. Ya está bien.

Las falacias del evangelio de la lucha de clases serían risibles si no fueran tan inevitablemente trágicas en su resultado final. Mira este video de cuatro minutos para ver cómo Thomas Sowell las descarta.

Una sociedad puede crear riqueza o saquearla y redistribuirla ¿De qué lado estás?

Los opiniones e ideas expresadas por el autor de este artículo no representan necesariamente la posición de Tierra Pura. TP no obtiene un beneficio o interés personal con estas publicaciones, sino que solo busca informar y espera que los lectores ejerzan el discernimiento, amplíen su mente y desarrollen un pensamiento crítico y recto.

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