Por Pedro Fernández Barbadillo – gaceta.es
Una de las frases hechas de la Transición que se sigue repitiendo desde entonces es la de que “los españoles son de izquierdas y la derecha sólo se puede ganar las elecciones si no los moviliza con una campaña agresiva”. Por eso, algunos consultores se han hecho de oro dando a sus jefes el consejo de no hacer nada, absolutamente nada. Esperar una crisis económica que lleve a los parados, todos de izquierdas, a permanecer en sus casas el día de la votación, para así ganar.
En las elecciones a la Asamblea de Regional de Madrid (el parlamento autonómico más numeroso de España), las izquierdas llegaron a la conclusión de que podían desalojar al PP de un Gobierno que ocupa desde 1995 si conseguían movilizar a los votantes ‘del sur’, de los barrios del sur de la ciudad de Madrid y de las ciudades del sur de la provincia. El plan tenía sentido, ya que en esos lugares la participación suele ser más de diez puntos inferiores a la de las ‘zonas ricas’ y se suponía que todos esos ciudadanos votarían a una de las tres candidaturas de izquierdas. Además, para animar a la votación, las tropas de choque mediáticas invocaron el peligro nazi-fascista disimulado tras las mascarillas. Patatas bravas y botas negras. ¡Qué gran lema!
La mayoría del censo electoral no la forman politólogos y tertulianos, sino personas sencillas y honradas.
El 4 de mayo, se produjo una subida de doce puntos en la participación y unos 400.000 nuevos votantes respecto a hace dos años. Pero la consecuencia no fue la esperada por la SER y el gremio de los politólogos. Las tres listas de izquierdas retrocedieron seis puntos porcentuales y casi 60.000 papeletas, mientras que el PP más que dobló sus resultados y Vox aumentó su electorado en una proporción superior al crecimiento de la participación.
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En resumen: a más votos, más derecha. Porque para los progres, Isabel Díaz Ayuso es Donald Trump con pintalabios: tonta, mentirosa, alocada, inculta y quizás hasta borracha. La derecha, es decir, Vox y Ayuso, ganó incluso en los lugares donde la izquierda, con su petulancia de clase moralmente superior, estaba convencida de que la mayor pobreza y desigualdad le tendría que conceder la victoria a ella, que viene a redimir a los parias.
Lo cómodo para un político de derechas, es no oponerse a ninguna de las chaladuras que propongan los progres
Cuando José Luis Rodríguez Zapatero parecía imbatible, realicé una investigación sobre la participación en las generales de 2008, en las que el socialista recibió la mayor votación que ha tenido un presidente en España: más de 11 millones de sufragios. En ellas, el PP fue el partido más votado en 14 de las 15 provincias con mayor participación (todas por encima del 79%), y éstas incluían, desde provincias agrarias poco pobladas como Palencia, Ávila y Cuenca, a provincias muy pobladas y dedicadas a los sectores industriales y terciarios, como Valencia, Madrid y Alicante. Sin embargo, en 12 de las 15 circunscripciones con menor participación el primer partido fue el PSOE.
Vivimos en un ambiente izquierdista tan opresivo que los seres humanos lloran ante los cerdos que se van a sacrificar y los blancos se arrodillan delante de negros por una esclavitud que no existe en Occidente desde finales del siglo XIX. Entonces, lo cómodo para un político de derechas, si se atreve a llamarse así (no es el caso de Pablo Casado), es no oponerse a ninguna de las chaladuras que propongan los progres, los neocomunistas, o los ‘wokes’, como vemos con las emergencias climáticas y las operaciones de cambio de sexo.
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Pero la realidad nos demuestra que con un programa sensato, y hoy el sentido común y la libertad son de derechas, se derrota a la izquierda. La mayoría del censo electoral no la forman politólogos y tertulianos, sino personas sencillas y honradas.