Por Guillermo Rodríguez – El American

La política medioambiental multilateral y globalista de la administración Obama —de la que la administración Biden-Harris anuncia una versión “con esteroides”— tuvo poco o nada de favorable respecto al medio ambiente global y mucho de contraria a intereses económicos legítimos de los Estados Unidos.

Pero aquella mala política ambiental de Obama tuvo —como tendrá la peor política de Biden— muy buena prensa. Una buena prensa de una mala política es propaganda y desinformación. Hoy demasiados periodistas desinforman sin siquiera saberlo. Y una razón de fondo es su profunda ignorancia barnizada con una capa del muy aceptado “consenso” más político que científico que “queda bien” repetir y “se ve mal” objetar en los círculos de la izquierda progresista.

Ecologismo político de ayer y hoy

Ecologismo político, El American
“La evidencia arqueológica e histórica, señala que la introducción de nuevas tecnologías, reduce el impacto ambiental de la producción”. (EFE)

Más o menos irracionales, los ecologistas políticos van de los que exigen reducir progresivamente la producción de bienes y servicios empobreciendo de forma intencional y planificada a la población, pasando por los que exigen un “alto total”, hasta los que apuestan por la masiva intervención gubernamental y un desmesurado gasto para impulsar tecnologías “verdes” sin medir su real eficiencia económica.

Y como por ahí va la actual administración americana, lo que se estará sustituyendo es el crecimiento económico sano —impulsado mediante desregulación y reducción de impuestos— por una gran burbuja verde de subvenciones, regulaciones y gasto que terminará en una recesión que revelará que se invirtió mal y antes de tiempo. Nada nuevo, excepto que esta vez será prometiendo la conservación de recursos que, en realidad, no sabemos si serán o no necesarios mañana. 

En un sentido antropológico, todo colectivismo es inevitablemente retrógrado. El socialismo del siglo XX no escapó de eso en realidad, pero por medio del ilusionismo propagandístico disfrazó de “novedad” y “avance” su retrógrado anhelo de retorno al primitivo colectivismo. Y no será diferente en este siglo.

Una de las claves de éxito del marxismo fue presentarse por medio de su propaganda con una apariencia inversa a su verdadera naturaleza. Propaganda aparte, todo proyecto colectivista en general, y socialista en particular, no es más que un anhelo de retorno a los valores morales y prácticas de las culturas menos exitosas del paleolítico.

Aunque el desarrollo de la civilización no es perfectamente lineal y ascendente y no está en modo alguno garantizado, debemos entender que las culturas más exitosas al permitir un mayor número de individuos (sobre el mismo territorio en el que otras culturas menos exitosas únicamente podían sostener un número mucho menor) se impusieron y absorbieron a las menos exitosas pacífica y comercial, o violenta y militarmente, pero en todo caso, nunca sin algún grado de trauma cultural.

Por lo que el temor irracional al progreso, la tecnología y la civilización misma, explícitos en la teoría y el activismo ecologista, hace que pueda incluir a quienes lleven ese temor hasta sus últimas consecuencias, los que proponen destruir la civilización y regresar al equilibrio ecológico de los grupos humanos más primitivos.

El ecologismo político chocó con un techo electoral muy bajo y terminó subsumido en el neo-socialismo que se autodenomina democrático —por estrategia, no por convicción—, mientras  trasplanta al viejo cuerpo marxista variopintas doctrinas, previas y posteriores, entre las que se destaca el maltusianismo de los ecologistas políticos.

En efecto, sus teóricos, por ejemplo, nos presentan como “asunto de hecho” la falsa ecuación I = PAT, esto es: el impacto ambiental es el resultado del número de la población, multiplicada por afluencia, y por tecnología. Algo completamente ridículo. La evidencia arqueológica e histórica, señala que la introducción de nuevas tecnologías, reduce el impacto ambiental de la producción.

Es falso que con el mismo número de habitantes una sociedad más pobre y atrasada tecnológicamente causara menor impacto ambiental que una sociedad rica y desarrollada. Es obvio que una ciudad de un millón de habitantes paupérrimos, con tecnología de tracción de sangre, cocinas de leña, pozos de agua, y letrinas produciría mayor y peor impacto ambiental, que una ciudad del mismo número de prósperos habitantes, con tecnología de punta actual. Empeñarse en creer lo contrario es ignorar olímpicamente lo que implica la pobreza para quienes la padecen.

La realidad biológica

Mientras más alejado esté un nivel trófico de su fuente, menos biomasa contendrá. Los humanos manipulamos la competencia natural a favor de las especies de las que nos alimentamos permitiendo que prosperen las especies favorecidas como cultivos y ganado. Y reprimiendo  especies que podrían competir con ellas o atacarlas, como malezas y competidores por el pasto, o depredadores.

Con la agricultura y la ganadería creamos un ecosistema limitado a tres niveles: cultivos como productores; ganado y humanos como consumidores primarios; y humanos exclusivamente como consumidores secundarios. Claro que otras especies forman parte de este ecosistema, contra la intención de sus manipuladores, pero la acción humana mantendrá su número marginal respecto de las especies favorecidas a menos que pierda temporalmente el control relativo del ecosistema. 

Y la capacidad humana de producir alimentos es tal que otras especies que compiten por esos recursos creados por la acción humana en cadenas reducidas, terminan por prosperar en números mayores del que tendrían de no existir la civilización, por ejemplo las ratas y palomas urbanas. El resultado de estas cadenas reducidas es que se pierde muy poca energía antes de llegar a los humanos.

Y como la biomasa de una humanidad de 6 mil 400 millones de habitantes puede estimarse en el orden de los 250 millones de toneladas, el hecho es que en ausencia de civilización, o en cualquier orden planificado que pretenda una humanidad de impacto sobre el medio equivalente al de cualquier otro primate, la biomasa humana apenas podría rondar las 390 mil toneladas —y en el caso de completa ausencia de civilización se equilibraría aproximadamente en unas 240 mil toneladas— con lo que el exterminio del 99.9 % de la humanidad sería el coste de alcanzar, de una u otra forma, el paraíso ecologista final.

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