Por Itxu Díaz – westernjournal.com
Kiersten Hening no quiso arrodillarse. Con su cara de ángel sonriente, la bellísima y jovencísima jugadora de fútbol se negó con firmeza a participar en el ritual pagano del hincado colectivo de rodillas en pleitesía y sumisión a esa deidad marxista que es BLM.
Ahora hemos sabido que su entrenador, enfurecido por la decisión de la chica, la relegó al banquillo, la insultó, y le hizo la vida imposible hasta que logró expulsarla de los Hokies de Virginia Tech. Una edificante lección de feminismo progresista que no leerás en la prensa de izquierdas, que está hoy muy ocupada hostigando a policías, o quizá salvando el planeta, o proponiendo que todos comamos filetes sintéticos.
Solo dos de las chicas del equipo tuvieron la valentía de negarse a participar en la farsa. Kiersten renunció a echarse a tierra, aun sabiendo que la tildarían de racista, fascista, y cosas aún peores. Como Kiersten, solo un puñado de hombres en el mundo han renunciado a respaldar a esta mafia woke, cuando se les han tendido emboscadas para arrodillarse en público, como si fueran cribas de pureza identitaria.
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Pero Kiersten nos ha dado una lección a todos. Esto no tiene nada que ver con el racismo (en realidad, tampoco BLM tiene nada que ver con el racismo). Sino con lo más profundo del hombre. Arrodillarse es algo muy serio.
No lo hacen los animales. No lo encontrarás en la iconografía de la mayoría de las tribus antiguas. Y no es un gesto vacío de significado. Postrarse de rodillas es un acto religioso de genuina humanidad. Desde tiempos pretéritos, el hombre solo lo ha hecho para rezar ante Dios. Y es que arrodillarse es un inmenso símbolo espiritual. De ese modo, el hombre se postra ante Dios, pero sin despojarse de su particular dignidad humana, representada en el hecho de no abandonar la verticalidad. Quien se arrodilla, adora a Dios sin dejar de ser hombre. Libremente. Renuncia a su soberbia. Pero no hay esclavitud, ni total postración. Arrodillarse establece una profundísima relación del hombre con su Creador.
Hay una fascinante conexión, en la etimología latina, entre las rodillas y las mejillas. Y aunque, sería largo explicarlo y no creo que el entrenador de Kiersten vaya a leerlo, con el llanto, pues son las mismas lágrimas las que caen por las mejillas, que en el vientre materno solemos mantener pegadas a nuestras rodillas. Son también las rodillas las que nos permiten la verticalidad y, no por casualidad, son la articulación más grande y compleja del cuerpo humano.
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A lo largo de la Historia, fuera del contexto religioso, solo encontramos la costumbre de hincar las rodillas en señal de solemne reverencia en ciertos rituales medievales, y en la petición de matrimonio desde los tiempos del amor cortés. Sin embargo, también en esos casos late el sentido religioso. En la creencia de que es Dios quien dispone a los señores, a los que gobiernan, rinde así el hombre medieval su servidumbre, o acepta, como procedente de la divina voluntad, el título que se concede.
En síntesis, nunca hasta ahora nos hemos arrodillado ante otros hombres.
Cuando BLM puso de moda la genuflexión, o el total hincado de hinojos para defender su causa, reflejó sin quererlo su verdadera obsesión, que nada tiene que ver con el racismo: el marxismo subyacente a BLM implica la sumisión del hombre a su ideología, que es incompatible con la libertad y la dignidad humana. Lo hemos visto a lo largo de la historia: los regímenes marxistas caen cuando los hombres deciden ponerse en pie.
El ejemplo de Kiersten Hening me gusta porque es el de una chica normal. Ni siquiera es toda una selección de fútbol, como hicieron los polacos, o una gran autoridad política conocida en el mundo entero. Kiersten es cualquiera de nosotros, tratando de separar el fútbol, su pasión, de la inmersión obligatoria y pública en el pensamiento único de la izquierda. Y ejerciendo su derecho a vivir de pie, incluso aunque un entrenador, en extrañísimo comportamiento, le exija que se postre de rodillas.
Nadie debería arrodillarse ante nada que no sea Dios, a menos que haya perdido una lentilla.