Un pastor publicó una encuesta muy divertida en twitter hace unos meses, preguntando cómo interpretaba la gente los “15 días para frenar los contagios”. Haciendo referencia a los debates sobre el creacionismo, las opciones eran las siguientes:
- 15 días literalmente
- 15 eras
- 14 días literalmente, un gran espacio, 15to día
- Completamente metafórico
Pero la broma hace referencia a algo muy serio. “15 días para frenar los contagios” ha resultado ser cualquier cosa excepto literal, porque hasta ahora ya ha pasado un año. Mientras que los encierros fueron promovidos como medidas de corto plazo para “aplanar la curva” y evitar el colapso de los sistemas de salud, ahora se ha convertido en la respuesta instintiva de los políticos cada vez que los casos de COVID-19 aumentan aunque sea un poco.
Pero, ¿por qué el cambio en esta meta? ¿Por qué nos hemos aferrado tanto a una estrategia que sólo debía ser temporal (y que ha demostrado ser, en gran medida, ineficaz)?
La respuesta, aparentemente, es la preocupación por la salud pública. Pero hay otra posible explicación que tiene que ver con la psicología.
Una mentalidad fijada
Existe un sesgo cognitivo muy conocido, llamado sesgo de anclaje, que consiste en la tendencia a fijarse en una información o enfoque inicial a la hora de tomar decisiones. Incluso cuando nuestro enfoque inicial fracasa claramente, tendemos a mantenernos obstinadamente en el camino que ya hemos tomado.
Podemos encontrar casos de sesgo de anclaje en todas partes. En el ajedrez, por ejemplo, los jugadores tienen el impulso de hacer la primera jugada más decente que se les ocurra, sin pensar en todas las demás opciones. De ahí que una máxima citada con frecuencia en el ajedrez sea: «cuando encuentres una buena jugada, busca otra mejor».
Nuestro enfoque en la enseñanza también sufre este problema. El método tradicional de enseñanza se ha convertido en el estilo de enseñanza más conocido y el que usamos por defecto, a pesar de que es poco adecuado para muchos estudiantes. Los enfoques alternativos, como la resolución de problemas en colaboración, la educación autoguiada o el aprendizaje experimental, no se persiguen tanto como deberían porque muchos profesores e instituciones están anclados en el enfoque basado en el modelo convencional.
Es probable que esté ocurriendo lo mismo con la respuesta al COVID-19. Debido a que los cierres fueron la primera consideración política importante, se convirtieron en el punto central de los esfuerzos que se hicieron como respuesta. De ahí que la búsqueda de soluciones alternativas se interrumpiera prematuramente porque pensamos que ya habíamos encontrado la herramienta que necesitábamos.
Pero el problema de conformarnos con la primera herramienta que encontramos es que empezamos a asumir que esta es la mejor herramienta para cualquier trabajo. Como dice el refrán “Si la única herramienta con la que cuentas es un martillo, todo parecerá un clavo”.
En efecto, con los encierros y las cuarentenas a la orden del día, los políticos comenzaron a martillar todo lo que encontraban. ¿Negocios? Ciérralos. ¿Iglesias? Ciérralas. ¿Escuelas? Ciérralas. No lo pienses mucho, no importa el contexto, los cierres eran la solución para casi todos los casos, y siguen siendo ampliamente usados hasta el día de hoy.
El problema, por supuesto, es que los confinamientos han demostrado ser una herramienta terriblemente inadecuada para este trabajo. Es como intentar usar un martillo para poner un tornillo. Es un método de fuerza bruta que, en el mejor de los casos, será poco refinado y probablemente acabará rompiendo algo, sin conseguir su objetivo. De hecho, los cierres han causado estragos en la vida de la gente, y todavía no han producido ningún beneficio significativo.
Cómo superar el anclaje
Anclarse en la primera solución que se nos ocurre es una tendencia humana universal, por supuesto, pero tiende a ser especialmente omnipresente en los gobiernos. Desde la escolarización hasta los cierres y casi cualquier otro asunto, los gobiernos tienden a anclarse en sus costumbres y son lentos para adaptarse.
Sin embargo, esto no es una mera coincidencia. De hecho, es el resultado natural de los incentivos incorporados al sistema. Como los gobiernos no se enfrentan a la competencia y los contribuyentes no tienen más remedio que financiarlos, no hay presión para que se esfuercen en innovar o mejorar. Como resultado, las prácticas ineficaces y perjudiciales tienden a mantenerse, incluso mucho después de que sus deficiencias hayan salido a la luz.
Pero los mercados libres son diferentes. Como las empresas privadas se enfrentan a la competencia y sus clientes pueden marcharse, tienen que adaptar constantemente sus prácticas para satisfacer las necesidades de la gente lo mejor posible. Las empresas que proponen soluciones innovadoras y mejores se ven recompensadas con mayores beneficios y, por tanto, se ven animadas a crecer, mientras que las empresas que se quedan ancladas en el pasado sufren rápidamente pérdidas y acaban por desaparecer.
El libre mercado es, pues, la clave para superar el sesgo del anclaje. De hecho, la competencia y la elección del consumidor son los principales motores de la innovación y el progreso.
Mientras que con los gobiernos, por otro lado… bueno, sólo nos queda esperar que los encierros no duren otro año más.
Fuente: Panampost