El 20 de marzo de 2020 Alberto Fernández anunciaba la implementación de la cuarentena en Argentina, marcando el comienzo de una etapa adversa en términos económicos y sociales.
Las medidas iniciales del Gobierno estuvieron en línea con la actuación de la mayor parte de los países del mundo, pero la mala gestión y la falta de ideas llevaron a prologar las medidas de aislamiento hasta niveles irrisorios, provocando un impacto catastrófico economía.
El cierre de la mayor parte de las actividades, que estaba previsto por solamente 2 semanas de duración, terminó generalizándose por meses, aunque en un clima de ligeras y progresivas reaperturas.
La caída económica del 2020 fue histórica, de alrededor del 10% del Producto Bruto Interno. La mayor caída desde la crisis del 2001-2002, en la cual se llegaron a registrar contracciones de hasta el 12,5% anual.
Tomando los datos de acuerdo a una frecuencia mensual, el mes de abril del 2020 fue sin lugar a dudas el más severo en términos de recesión y terminó con una caída del 33,3%, algo nunca antes visto en la historia económica argentina.
La mayor parte de la caída propiamente dicha se concentró fuertemente entre marzo y abril del año pasado. A partir de mayo comenzó un lento proceso de rebote económico que, si bien no fue interrumpido, no logró llevar un ritmo aceptable y la economía hoy permanece por debajo del nivel que tenía antes de la pandemia.
Concretamente, de acuerdo a los datos del INDEC correspondientes al mes de diciembre del año pasado, la economía está un 3% por debajo del nivel que tenía en febrero de 2020.
Las estimaciones preliminares del PBI mensual para los primeros meses de este año hablan de una situación de estancamiento. El deterioro en la tasa de actividad económica impactó casi directamente en el mercado laboral.
El freno de la economía generó un importante proceso de desocupación y un “efecto desaliento” sobre la población económicamente activa. La tasa de desocupación saltó del 8,9% en el ultimo trimestre del 2019 al 13,1% en el segundo trimestre de 2020, para luego descender levemente al 11,7% en el tercer trimestre del año.
El salto en la desocupación fue rápido pero el indicador no midió con exactitud la verdadera situación en el mercado laboral, porque la tasa de actividad se derrumbó como nunca antes lo había hecho. Según el INDEC, esta pasó del 47,1% antes de la pandemia al 38,4% en junio de 2020.
El cierre de actividades desplazó a miles de personas del mercado laboral debido a que las restricciones hacían imposible la búsqueda de empleo, por lo tanto, estas personas no eran formalmente contabilizadas como desocupadas, sino que se las añadía a la población pasiva.
Del mismo modo, la gran cantidad de empleo no registrado (medio por el INDEC como aquellos trabajadores que no realizan aportes laborales) sufrió el mayor impacto de las medidas.
De corregir por “efecto desaliento” al índice de desocupación, este habría llegado a casi el 30% de la población económicamente activa. Es decir, de no haberse producido un masivo retiro de personas del mercado laboral y haberse mantenido la cantidad que había antes de la pandemia, el desempleo habría llegado al nivel más elevado de la historia argentina.
La contracara del deterioro en el mercado laboral fue el aumento astronómico en la pobreza. El INDEC relevó que las personas bajo la línea de pobreza llegaron a representar el 40,9% de la población total en la primera mitad del 2020.
Los estudios realizados en base a las canastas de medición del INDEC y el índice IPC de inflación, relevan que el dato de pobreza para la segunda mitad del 2020 ronda el 41,1%, y habría trepado al 42,6% en febrero de este año.
Estas estimaciones fueron realizadas por el economista Martín González Rozada, que utiliza una medición de comparaciones semestrales en base a datos del INDEC para generar un índice compatible con las publicaciones oficiales.
La pobreza aumentó más de 6 puntos porcentuales desde que Alberto Fernández implementó la cuarentena por primera vez hace un año.
Probablemente el único efecto “positivo” de la cuarentena a nivel económico fue su impacto sobre los precios. La cuarentena implicó una suerte de ancla para la inflación, pues distorsionó en gran medida a todos los “agregados monetarios”.
Se produjo un aumento anormal y no esperado en la demanda de pesos, un elemento que aminoró increíblemente el impacto de la emisión de dinero del Banco Central, y ayudó a reducir las variaciones del IPC entre abril y junio.
El Gobierno se atribuyó el éxito por haber bajado la inflación anual desde un 50,3% en febrero de 2020 a 36,1% en diciembre de este año, pero lo cierto es que este efecto se generó como parte de las medidas de emergencia y el cierre de la economía.
La velocidad de circulación del dinero había caído a su nivel más bajo desde 1975, algo medido y estudiado por el propio Banco Central. Lejos de ser un éxito de la política económica, la baja de la inflación surgió como un accidente que parece revertirse conforme se normaliza la economía.
Fuente: Derecha Diario