ANALISIS. Por Claudio Fabián Guevara

Magufuli es el segundo presidente africano que muere sorpresivamente “por problemas cardíacos” tras enfrentar a la OMS, rechazar la vacunación masiva y denunciar el fraude de los test PCR. El primero fue el presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza. ¿Cuánto puede influir la guerra encubierta en el desarrollo de la historia?

La muerte de John Magufuli, presidente de Tanzania, ocurrió misteriosamente el 17 de marzo de 2021. Tenía 61 años de edad, estaba en su segundo mandato y era inmensamente popular en su país.

Magufuli es el segundo presidente africano que muere sorpresivamente “por problemas cardíacos” tras enfrentar a la OMS, rechazar la vacunación masiva y denunciar el fraude de los test PCR.

El primero fue el presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, que falleció en junio de 2020 a los 55 años por las mismas causas. Nkurunziza, además, fue más enfático en su rechazo a la OMS: expulsó a la delegación del país.

Hubo otras víctimas, en este año peligroso para los enemigos de Big Pharma. Brandy Vaughan, ex directiva de Merck y activista contra la mafia farmacéutica, fue hallada muerta en noviembre. Un año antes había hecho una declaración pública en la que anticipaba que alguien podía atentar contra su vida.

Y cómo no recordar, más atrás en el tiempo, el misterioso accidente aéreo donde halló la muerte el presidente polaco Lech Kaczyński. Fue poco después de rechazar la vacuna de la OMS contra la gripe H1N1.

Magufuli, el líder africano que ridiculizó a la OMS

John Magufuli saltó a la fama internacional por tener una agudeza intelectual que le falta a muchos jefes de Estado occidentales. Desde su formación como científico, ideó una prueba práctica que le permitió desmontar tempranamente el fraude de la prueba PCR. Envió para su análisis hisopados de una cabra, una papaya, un pájaro y hasta aceite de motor. Curiosamente, la cabra, la papaya y otras muestras no humanas dieron “positivo”.

Su mensaje al pueblo de Tanzania sobre las pruebas PCR le permitieron evitar el pánico colectivo y el chantaje de las noticias. La prueba controlada que realizó el gobierno de Tanzania sobre la efectividad del PCR permitió detectar que “hay un juego sucio” en el test.

Magufuli dio en el centro del aspecto más destructivo del dogma Covid-19: la pretensión de que un “positivo” en la prueba PCR equivale a una persona “enferma”, “contagiosa” y “biológicamente peligrosa”. Invalidando esta narrativa, Magufuli salvó a su país de las cuarentenas, las mascarillas y las políticas de distanciamiento social.

“No debemos temer a los demás, no hay que entrar en pánico, debemos unirnos y apoyarnos unos a otros”, expresó con simpleza y alegría un presidente que entrará en la historia.

La muerte de John Magufuli y la industria de los asesinatos encubiertos

“Una nación podrá atacar a otra nación competidora de manera encubierta utilizando medios bacteriológicos, o debilitar totalmente a la población (aunque con un mínimo de fatalidades) antes de controlar a sus Fuerzas Armadas”

La tecnología pondrá a disposición de los líderes de las principales naciones una amplia gama de técnicas para llevar a cabo guerras secretas, para las cuales se necesitará de apenas un mínimo de fuerzas de seguridad en el campo”.

Zbigniew Brzezinski – “Entre dos edades: el rol de los Estados Unidos en la era tecnotrónica” – (1970).

¿Puede haber un hilo conductor entre las muertes de Magufuli, Nkurunziza y Vaughan? ¿Y entre éstas y otra multitud de “suicidios” y muertes repentinas de personajes políticamente relevantes?

Una estadística simple nos muestra que hasta los 70, personas socialmente influyentes o peligrosas para el status quo tenían una alta posibilidad de morir violentamente en un atentado o en un “accidente”. Pero a partir de entonces, los agentes del cambio social son muchísimo más propensos a morir como consecuencia de enfermedades misteriosas, muertes súbitas o posibles envenenamientos imposibles de rastrear.

¿Cuánto puede influir la guerra encubierta en el desarrollo de la historia?

El uso de armas encubiertas, capaces de influir en el comportamiento y en la salud de las personas, es un tema de debate en documentos de gobiernos y organizaciones internacionales. Los dispositivos para el rastreo de personas, la manipulación remota del comportamiento y la inducción de enfermedades son tecnologías con medio siglo de desarrollo científico. Tienen patentes registradas, permisos legales y proveedores oficiales. Se denominan “armas no letales”.

Fundamento científico de las armas psicotrónicas

Hace muchas décadas que las potencias desarrollan programas orientadas a desarrollar este tipo de armamento con fines de espionaje, defensa nacional o seguridad interior. También llamadas “armas psicotrónicas”, se basan en su mayoría en campos electromagnéticos y microondas.

Pequeñas dosis de energía electromagnética provocan cambios en las emociones, en el funcionamiento del cerebro y la salud general de las personas. Estas ondas son direccionables a distancia, invisibles e indetectables, lo cual las convierten en la materia prima ideal de la nueva guerra fría.

El fundamento de estas tecnologías se remonta a los trabajos de científicos pioneros:

  • David Krech de la Universidad de Berkeley, EE.UU.
  • Paul Tyler, de la Marina norteamericana.
  • Elizabeth Rauscher, física nuclear del Laboratorio de Investigación Tecnológica de San Leandro (EE.UU).
  • Richard Cesaro, director del Proyecto Pandora.
  • José Manuel Rodriguez Delgado, de la Universidad de Yale.
  • El neurocientíficoMichael Persinger, entre muchos otros.

El canadiense John McMurtry recopila cerca de 200 referencias técnicas, legales y bibliográficas sobre el tema, además de precisas descripciones sobre las bases de funcionamiento de distintas tecnologías, en un breve artículo titulado “Evidencias de técnicas de influencia remota sobre el comportamiento”.

Barrie Trower, ex agente británico en el área de “microwave warfare”, pasó 10 años interrogando espías extranjeros atrapados in fraganti en la tarea de irradiar targets enemigos. Hoy en día, en sus entrevistas y ponencias en diferentes partes del mundo, habla sobre el devastador efecto de las tecnologías encubiertas en las personas. Estas abarcan, por ejemplo, la escalofriante “skull voice”, que proyectada sobre la víctima, le hace escuchar voces dentro de su cráneo. Sirve para telecomandar a un asesino, o para aterrorizar a un enemigo, entre otras “aplicaciones útiles”. También hay dispositivos de rastreo de personas, lectura del pensamiento, manipulación remota del comportamiento y las emociones, y por supuesto, inducción de enfermedades mortales en víctimas escogidas.

Existe una similitud de circunstancias, quejas y síntomas entre diversos casos y autores: gente que escucha voces, que sufre malestares inexplicables, que es lentamente aislada del resto de la gente y conducida a la insanía mental o la muerte. Lo mismo cuentan las víctimas de experimentos denunciados por el Centro Internacional contra el Abuso de tecnologías Encbuiertas (International Center Against Abuse of Covert Technologies: INCAACT).

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Barry Trower relata que la guerra de las microondas ha llegado a niveles de desarrollo que permiten elegir qué frecuencia aplicar a las víctimas para inducirles específicas enfermedades, y la velocidad del proceso. También denuncia inhumanos experimentos para inducir al suicidio a víctimas escogidas.

Muerte de John Magufuli y guerra encubierta: un vacío legal

Sobre los dispositivos de guerra encubierta, hay propuestas de negociación ante la Comisión de las Naciones Unidas sobre Desarme. El Parlamento Europeo ha tratado resoluciones que piden convenciones para la regulación de las “armas no letales” y la prohibición de “armas que puedan permitir cualquier forma de manipulación de los seres humanos”. Los gobiernos niegan su uso pero al mismo tiempo evitan regularlos.

Parece lógico pensar que están proliferando amparados en el vacío legal, y que ya se está empleando en el combate de la disidencia interna, la guerra fría entre naciones o la invasión de territorios enemigos. Es fácil deducir que se utilicen en el combate encubierto de activistas, personajes incómodos y líderes de países extranjeros percibidos como enemigos.

Parece lógico pensar que ése es el hilo conductor entre las muertes de Magufuli, Nkurunziza, Vaughan, y muchas otras más.

Fuente: Trikooba

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