Por Gabriela Moreno

Es una crisis inédita. El tamaño de la economía venezolana es de aproximadamente 60000 millones de dólares, con una renta per cápita de 2000 dólares anuales, un nivel similar al reporte de 1950. Pero eso no es todo, el país sigue en hiperinflación con una tasa anualizada de 4311 %, según los últimos datos del Observatorio Venezolano de Finanzas.

La realidad es compleja de definir desde la lógica económica porque el origen de los números es el impulso de un modelo de corte socialista en el país petrolero, con férreos controles políticos, sociales y económicos de parte del Estado.

Explicar el escenario “reta a las teorías escritas en libros y enciclopedias, lapida sin pausa las condiciones de vida de 28 millones de ciudadanos e impulsa una ola migratoria jamás vista en la historia reciente de la región”, analiza la Voz de América

Incompresible en la realidad

Tratar de instaurar la igualdad paradójicamente desencadenó el desequilibrio. Abrazados a ideales pero también a una “comprensión primitiva” de cómo trabaja una compleja y heterogénea economía en desarrollo, Nicolás Maduro y su antecesor Hugo Chávez promovieron un modelo socialista dirigido por el poder discrecional del Estado y apalancado en los recursos de origen petrolero.

Pero este mismo modelo cultivó las condiciones para la generación, así como también la profundización de la crisis para la que hasta ahora no existe un calificativo, tomando en cuenta que la contracción de siete años que acumula en otras naciones se supera en un semestre como máximo.

Servicios, comunicaciones, alimentos, esparcimiento y equipamiento del hogar son los renglones donde se siente el impacto más evidente de esta situación, al arrojar aumentos que alcanzan hasta el 350 % más de su costo en febrero.

Insistir con el control de cambio y permitir una diferencia inaudita entre los diferentes tipos de cambio, sumado al endeudamiento, la política petrolera, los controles de precios y las expropiaciones derivaron en un coctel tóxico que no podía tener otro final.

Diálogo sin credibilidad

Con el país arruinado y en medio de una hiperinflación, con la actividad económica hundida, sin reservas internacionales y sin crédito internacional, en ausencia de un equipo económico capacitado y forzados por los hechos, mas no por convicción, los que aplicaron el modelo con base socialista se visten como dialogantes para atraer a quienes ellos mismos humillaron y etiquetaron como “burguesía ladrona y parasitaria”.

Ese es el análisis de José Guerra, expresidente del Banco Central de Venezuela frente al panorama que dista de los 110.000 millones de dólares que manejaba la economía del país cuando Hugo Chávez llegó al poder y el ingreso promedio por habitante era de 5500 dólares al año.

Para aquel momento, el salario mínimo sumado al bono de alimentación alcanzaba los 337 dólares. Sin embargo, en 2020, estos montos no superaron los dos dólares.

“Venezuela está en ruinas» afirma Guerra. Para él hay un manejo macroeconómico desastroso que generó una hiperinflación que acabó con el bolívar, pulverizó los salarios y magnificó la pobreza.

Fue un plan o un mal plan que partió con una agenda global de reformas, gracias a una habilitación especial concedida a Chávez por la Asamblea Nacional que aquel momento era controlada por el chavismo y le permitió imponer en noviembre de 2001 un conjunto de 49 nuevas leyes y reformas que cruzaban transversalmente áreas que iban desde el sector de hidrocarburos hasta los impuestos. Entre dichas legislaciones figuró también una nueva ley que regulaba la vida de las instituciones financieras, así como la tenencia y el uso de la tierra.

Y una vez reelegido en 2006, afianzado en su ideal del «socialismo del siglo XXI» Hugo Chávez decidió intervenir más decisivamente sobre la propiedad y el control del sector productivo nacional desplegó el «Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación» para el periodo 2007-2013 hacia “sectores considerados estratégicos de la economía nacional”.

Como nunca

El resultado de los planes de Chávez continuados y radicalizados por Maduro ahogan a Venezuela en la más severa crisis que haya encarado país latinoamericano alguno en la historia moderna, con sombrías perspectivas de recuperación a corto plazo.

Sin un programa integral, que atienda los desequilibrios macroeconómicos, las profundas distorsiones de los precios relativos y la disfuncionalidad de instituciones que mantienen, las estimaciones apuntan a una economía en “estado de caos”.

El pronóstico corresponde a la revista Nueva Sociedad donde además se plantea que la deficiente gestión macroeconómica y una administración frágil de los ingresos petroleros desencadenaron la escasez de divisas y el incumplimiento de las obligaciones al descender la producción de 3,5 millones de barriles en 1999 a solo 400.000 barriles en el último mes reportado por la Organización de Países Exportadores de Petróleo.

Con esta visión es irrefutable que Venezuela cabalga con una crisis externa que se ha convertido en una crisis de deuda, con sus típicos ciclos de euforia y deflación en los precios de los títulos de la nación.

Sin potencial

La pérdida del potencial productivo se explica no solo por el racionamiento de divisas y la pérdida de competitividad generada por una política cambiaria ciega y auspiciosa de la sobrevaluación de la moneda sino también por las nacionalizaciones que derivaron en desinversión y la desaparición de 10 000 de las 12 500 empresas que operaban.

A ello se suma la frenética toma de propiedades empresariales y predios privados que generaron pasivos para el Estado venezolano y el ritmo explosivo de la cotización del dólar en el mercado paralelo pulveriza el valor de la moneda nacional.

Así la economía real se ha quedado sin incentivo alguno que pueda sacarla del estado de postración en que se encuentra pese a los vociferados 15 motores para reimpulsar el aparato productivo.

Pobreza con nombre

Más allá de las cifras, el hecho que mejor describe la gestión de Maduro es el aumento de la pobreza pese a los intentos para ocultarla y ante el cuestionamiento de los datos del Instituto Nacional de Estadística bajo el control del régimen y de la no divulgación de los indicadores sociales.

Las universidades Católica Andrés Bello, Simón Bolívar y Central de Venezuela implementaron la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), cuyos resultados entre 2013 y 2019 registran un incremento exponencial los hogares venezolanos en situación de pobreza, al pasar de 33,1% a 96% en esos años. Esa sería su hazaña más destacable.

Fuente: panampost.com

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