Por Carlos Esteban

Han izado la bandera blanca: la guerra ha terminado. Después de días de bombardeo de alfombra indiscriminado contra las posiciones de Tucker Carlson, la estrella de la televisión más seguida en Estados Unidos, el Pentágono ha concluido que estaba haciendo el ridículo más espantoso y ha iniciado la retirada, dejando en el terreno un número de víctimas sin precisar.

Les resumo la campaña. Fue en esa fiesta de precepto aplicada universalmente por la ONU e inventada por los comunistas, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y el muñeco de guiñol que figura como presidente, Joe Biden, exaltó al estamento militar norteamericano, que ha hecho de la inclusión y la diversidad y todas las cosas ‘woke’ su principal objetivo, no ganar guerras, y habló de cosas como los nuevos uniformes premamá como grandes logros de las Fuerzas Armadas.

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En Pekín, que se está rearmando a velocidades de vértigo y haciendo campaña por un ejército más viril y combativo, debieron de reírse a mandíbula batiente en la intimidad de sus despacho. Pero Tucker Carlson, en su monólogo en la cadena Fox, hizo otro tanto en público. Recordó cosas tan obvias como que la razón de ser de los ejércitos -no digamos del mayor ejército del mundo- no era adoctrinar a las tropas, hacer que sus reclutas se sintieran amados y aceptados ni funcionar como agencia de colocación y laboratorio de ingeniería social, sino ganar guerras. Y que llevar al frente a mujeres embarazadas no parecía la idea más sensata del mundo.

Ese fue el casus belli al que el Ejército respondió con una guerra relámpago en redes. Fue la locura. Desde cuentas más o menos anónimas de militares hasta cuentas oficiales se lanzaron en picado contra los comentarios de Tucker o, mejor dicho, sobre un hombre de paja que habían construido a partir de lo que suponían que había querido decir.

Los tuits de contraofensiva, en general, pueden definirse con una palabra muy usada en redes, ‘cringe’, para definir mensajes que dan una grima espantosa y una abismal vergüenza ajena. Salía, por ejemplo, el vídeo de un oficial del Mando Espacial con la más patética defensa de la ‘fuerza letal’ que suponen las embarazadas del Ejército; salió la cuenta del II MEF Information Group (que no sé lo que es, lo confieso) con la foto de una marine llevando a la espalda a un falso herido y, en fin, una riada similar a la que se da en redes cuando alguien con megáfono osa cuestionar el dogma oficial.

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Solo que en este caso se trata del Ejército más poderoso del mundo con gran diferencia, un estamento militar que puede presumir de no haberse inmiscuido en política en todos los años de su ya larga historia. Eso es lo que ha cambiado, siguiendo la Segunda Ley de Conquest: toda institución no explícitamente de derechas acaba siendo de izquierdas.

Y es la perfecta definición del actual secretario de Defensa que acaba de nombrar Biden, Lloyd Austin (aunque Biden olvidara su nombre en público en una reciente comparecencia), que no ha desaprovechado ocasión en el breve tiempo que lleva en el cargo para explicar su objetivo estratégico: purgar las tropas de ‘supremacistas blancos’ (quiere decir, votantes de Trump) y crear un ejército más inclusivo y diverso a cualquier precio.

En una situación normal, los medios subrayarían de Austin que se ha sentado en el Consejo de Administración del principal contratista del Ejército, Raytheon, y que si eso no es corrupción, nada lo es. La prensa prefiere regocijarse en el hecho de que es negro, algo por lo que Austin no ha tenido que hacer el menor esfuerzo.

Tucker respondió con una contundencia espectacular, preguntándose desde cuándo se dedicaba el Ejército norteamericano a declarar una guerra a un medio de comunicación, y que era eso de que al ejército no se le pueda criticar. Pero la reacción de los usuarios anónimos ha sido aún más potente, oscilando entre la risa descontrolada y la indignación encendida.

Así que las cuentas militares que más se han señalado en esta ridícula ofensiva han tenido que recoger velas y pedir disculpas en público. Tucker, 1 – Pentágono, 0.

Fuente: gaceta.es

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