Ya se puede matar legalmente en España. Perdón por la crudeza de la expresión, pero la eutanasia es eso, matar. Nada que ver con los eufemismos de “morir dignamente” o “compasión con el enfermo”. Morir dignamente es vivir con dignidad los últimos momentos de la existencia.

Por eso es tan importante la inversión en cuidados paliativos, una asignatura pendiente de los Estados del bienestar, que prefieren las inyecciones de punto final. Curiosa y desafortunadamente, en los países donde funciona la eutanasia desde hace años, se han eliminado los cuidados paliativos y la investigación sobre ellos.

Más que sobre la eutanasia, quiero abordar la denominada Cultura de la Muerte, y cómo ha hecho metástasis en el mundo en las últimas décadas hasta llegar al estado de barbarie de hoy, comparable con la etapa nazi y, de alguna manera, superado, con ciertas sutilezas. La vacuna transgénica y sus nanopartículas invasoras no sé si algunos de los “Mengeles” del Tercer Reich la habían soñado.

En cierta manera, la epidemia ha provocado el despertar de muchas conciencias. De pronto, nos hemos dado cuenta de que existen unas élites megalómanas y maléficas que no se conforman con gobernar el mundo, sino que quieren hacerlo sometiendo a sus habitantes a un estado de esclavitud total. Es ahora cuando, fuera de nuestra zona de confort, hemos caído en la cuenta de que nuestra sociedad está sostenida sobre los pilares de la mentira, la corrupción, el egoísmo y maldad con mayúscula.

De repente, cuando hemos visto cómo sedaban a nuestros mayores en hospitales y residencias, muchos se han enterado de que los diseñadores de la sociedad pretenden reducir la población del mundo en unos cuantos millones. Sin embargo, ya sabíamos esto. Pero callábamos, porque creíamos que nunca nos iba a afectar, aunque era más que evidente. No hay más que ver las acciones antivida de estos caballeros de mohatra en las últimas décadas para imaginarnos cualquier extremo.

¿Para qué si no el aborto, la eugenesia, la RU-486, la píldora del día después y la eutanasia? Nos han hecho ver lo blanco negro y nos hemos dejado engañar por los eufemismos. Por vagancia, por molicie. Nos hemos dejado seducir por supuestos “avances” del Estado del bienestar, que no son tales. Y nos hemos ido envenenando, poco a poco, como con la lluvia ácida, como el calabobos. Eran derechos nuevos. Y tragamos en silencio, como ahora tragamos nuestras lágrimas de angustia al ver la realidad.

El plan viene de mucho tiempo atrás y estamos recolectando la cosecha de la maldad. Por eso me gusta tanto repetir que “de aquellos polvos vienen estos lodos”. Los promotores de la Cultura de la Muerte han gastado ingentes cantidades de dinero –sobre todo en los pueblos depauperados y analfabetos—en la promoción del aborto y los anticonceptivos que, bien empleado, daría frutos muy distintos.

Actualmente, los gobiernos, a través de las ONG y otros organismos gastan más fondos en la implantación de la engañosa “salud reproductiva” –que ni es salud, ni es reproductiva—, que en proporcionar medios de vida dignos a las poblaciones más desfavorecidas.

La idea, gestada a finales del siglo XIX sobre la debilidad de ciertas razas, se está aplicando hoy. En plena era de los derechos humanos universales se propone –y se impone—la esterilización forzosa, para lo cual las mujeres de estas etnias minoritarias reciben ayudas económicas gubernamentales. También se enseña a estas féminas a practicar sus propios abortos. Se cree que así se acabará con el nacimiento de niños que luego van a generar pobreza y violencia en las calles. Ellos a lo suyo.

Hace unas décadas, en las naciones hispanoamericanas y en la misma España la vida era algo sagrado; el aborto se consideraba como algo reprobable. De la eutanasia, ni se hablaba. Fue necesaria una intensa campaña de colonización ideológica para reeducar a la población y hacerle aceptar la Cultura de la Muerte como símbolo del progreso, con mujeres liberadas, dueñas de su cuerpo y libres, sin ataduras religiosas y morales. Trampa mortal en la que han caído las sociedades democráticas, auspiciada por los diseñadores de la sociedad, los dueños de la vida y de la muerte.

Hace menos de un siglo hubiera sido impensable hablar de legalizar el aborto, porque en esas leyes no escritas, anteriores a cualquier organización social o política, tal vileza es una vulneración de la ley natural. Fue necesario un programa de ingeniería social a gran escala para cumplir los objetivos diseñados por los controladores del sistema.

Hay que decir que las naciones hegemónicas, como norma general, han tenido siempre una fijación sobre las sociedades colonizadas y dominadas, por mantener un índice bajo de nacimientos. Esta preocupación por la demografía de los países pobres, bastantes años antes de la alerta sobre la “bomba P” (bomba de población) arraigó en la nación norteamericana e hizo metástasis en los países desarrollados de Europa, cuna, en definitiva, del imperialismo victoriano.

El informe NSSM 200 “National Security Study Memorandum 200”, conocido como Informe Kissinger es un proyecto sobre la seguridad nacional que alerta sobre el crecimiento de la población en lugares del Tercer Mundo ricos en materias primas que los Estados Unidos necesitaban, y el peligro de que el crecimiento de esos países hiciese tambalear su seguridad económica.

Para atajar este problema se ideó un plan diabólico de control de población denominado “Ayuda por Control de Natalidad”. El proyecto se consideró como “asunto de máxima importancia” y se clasificó como materia reservada. En 1989 este informe fue desclasificado en virtud del “Acta de Libertad de Información” (FOIA, por sus siglas en inglés). En él leemos perlas como ésta: “La ubicación de conocidas reservas de metales del más alto grado de la mayoría de los minerales, favorece la creciente dependencia de todas las regiones industrializadas de las importaciones de los países menos desarrollados [1].

” Los problemas reales de los suministros de minerales y reservas energéticas no consisten en si hay una cantidad básica suficiente, sino en los posibles conflictos políticos y económicos que pueden estallar en esos países, que impidan el acceso a dichos suministros en condiciones aptas para su exploración. […] Se debe dar prioridad, en el programa general de ayuda, a ciertas políticas de desarrollo que fomenten programas de educación para tener familias más pequeñas y controlar la natalidad…”. Es decir, que no se multipliquen, no porque no haya recursos para todos, sino para que no creen conflictos que nos impidan acceder a sus materias primas.

Estos planes siniestros puestos en marcha por gobernantes desaprensivos nos contestan a la eterna pregunta de por qué no se acaba con el hambre en el mundo. No interesa tener a los indígenas sanos, fuertes y numerosos, porque se acabaría el chollo de los países ricos.

La Conferencia Habitat II de las Naciones Unidas celebrada en Estambul, Turquía, en 1996, en contra de lo que pueda dilucidarse por el título, no trató del derecho a la vivienda de las clases más desfavorecidas. No se abordó la problemática de las mujeres de los países pobres, como el agua potable, la higiene o la sanidad. Muy al contrario, se trató de implementar los acuerdos de El Cairo y Pekín sobre el control de la población a través de la “salud reproductiva”. Es decir, dicho crudamente: continuar con el plan para eliminar a los pobres a través de las políticas poblacionistas.

Es paradójico que los pobres necesiten casas, comida y escuelas, y en su lugar se les provea de condones, píldoras abortivas y abortos para que no se multipliquen. El obispo Grace Olivares recordaba a Herodes y al Faraón. Ambos tuvieron miedo de que los pueblos crecieran, y por eso promovieron matanzas de niños. “Los pobres piden justicia e igualdad a gritos y nosotros respondemos con el aborto legalizado”, expresó.

En la Conferencia de Estambul se siguió insistiendo en la ideología de género, las diferentes formas de familia y el derecho de los homosexuales a la adopción. Bajo el disfraz de la frase “es necesario un pueblo completo para criar a un niño”, se incidió en la necesidad de sacar a los niños del seno familiar y que sea el Estado quien se encargue de su educación. ¿Nos suena esto? La inefable y acartonada ministra Celaá lo lanzó, como de pasada, pero con toda la intención. Controlar a los niños es el sueño de las élites. De la mano, claro está, de sus marionetas gobernantes en las diferentes naciones.

A lo largo de las dos legislaturas de Clinton, las partidas presupuestarias destinadas a cuestiones de población se engordaron considerablemente y el avance de las políticas abortistas en todo el mundo fue notorio, incluida España. El presidente Barak Obama levantó el veto que prohibía ayudas para promover el aborto y el control de la población en los países en vías de desarrollo, ayudas que Donald Trump eliminó nada más llegar a la Casa Blanca, así como los fondos a la IPPF y demás chinringuitos antivida. Toda la gente de bien, se sintió gratamente sorprendida cuando se manifestó abiertamente a favor de la vida y recuperó la frase final de los discursos, como era costumbre: “God bless America” (Dios bendiga a América). Independientemente de otras cuestiones políticas, por eso los satánicos no quieren a Trump. Defender la vida y hablar de Dios son actos revolucionarios en nuestra sociedad laicista, ramplona y utilitarista que camina hacia un precipicio sin retorno.

En España no somos ajenos a la influencia de la IPPF. Transversalmente, esta organización forma parte del tejido político de las naciones del mundo. Es la nodriza de todas las oficinas de Planificación familiar que existen a lo largo del planeta. En Hispanoamérica, en concreto, entre otras lindezas, distribuye entre la población femenina material para controlar la natalidad. En estos países, los médicos tienen orden de colocar dispositivos intrauterinos a las mujeres pobres, sin su conocimiento. Todas estas políticas de injusticia, promovidas desde las élites, apoyadas por nuestro silencio más absoluto, han configurado la situación de amoralidad en la que nos encontramos. ¿Tenemos derecho a quejarnos? Continuaremos hablando de este tema tan profundo y sus múltiples flecos.

(Ideas y datos extraídos de mi libro La dignidad de la vida humana, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2012).

NOTAS:

[1] Trillo-Figueroa, Jesús, Una revolución silenciosa, Editorial LibrosLibres, Madrid, 2007.

Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración.

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Fuente: El Diestro

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