Por Emmanuel Rincón para El American

La finalidad de la guerra cultural es propagar una lucha que derrote las convicciones y cimientos de la cultura occidental, para que una vez debilitada, la gente no tenga de otra sino aceptar el ideal marxista de forma natural.

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El cambio abrupto de paradigmas sociales que se vive hoy en la mayoría de sociedades occidentales no es fruto de la casualidad; la debacle sociológica que experimenta la nación más importante del planeta, Estados Unidos, tiene una raíz de pensamiento que ha sido cuidadosamente planificada décadas atrás por pensadores como Max Horkheimer y Theodor Adorno, inmortalizados por la fotografía de Jeremy J. Shapiro en 1964.

Fotografía tomada en Heidelberg, abril de 1964, [1] por Jeremy J. Shapiro en el Max Weber-Soziologentag. Horkheimer está de frente a la izquierda, Adorno de frente a la derecha, y Habermas está en el fondo, a la derecha, pasándose la mano por el pelo. Siegfried Landshut está en el fondo a la izquierda.

En Alemania nació el Instituto de Investigación Social en la ciudad de Frankfurt, el mismo tenía la finalidad de reflexionar sobre el fracaso de la revolución comunista alemana. Sin embargo, con el paso de los años, y el ingreso de Max Horkheimer, un filósofo, sociólogo y psicólogo de origen judío en el año 1931, se comenzó a analizar al capitalismo como una superestructura social en vez de un sistema económico, que según sus “aproximaciones” oprimía al proletariado, ya no desde lo económico, sino a través de la cultura de masas; y se comenzaron a desarrollar diferentes teorías a partir de las ideas de Hegel, Marx y Freud.

Desde antes de la aparición de los famosos Think tanks que se conocen en la actualidad, ya la izquierda había comprendido la necesidad de brindar toda una estructura ideológica y un cuerpo científico al marxismo.

El neomarxismo cultural es en principio el seguimiento de las nociones y pensamientos de Marx, apartando el aspecto económico, para enfocarse en los aspectos psicológicos, sociológicos y culturales; la misión del mismo y que se ha mantenido en el tiempo, es debilitar hasta destruir la cultura occidental para así imponer un nuevo modelo social.

Marx había establecido que el principio material del hombre (económico) formaba su estructura de pensamiento (cultura—espíritu), por esta razón según establecía, la revolución debía iniciarse desde el proletariado a la “burguesía”, atacando todo el orden establecido de las sociedades.

En la actualidad se les llama neomarxistas a todas las posturas que derivan del marxismo inicial, es decir: la socialdemocracia, el socialismo del siglo XXI, el eurocomunismo, el socialismo cristiano, el socialismo con rostro humano, entre otros.

En el núcleo de la escuela de Frankfurt se desarrollaron los conceptos que serían capaces de implementar esta ideología en las masas, la forma de criticar el capitalismo, de abordar los asuntos, y el rol de los medios de comunicación y los demás elementos de la sociedad en el tema.

La victimización es uno de los elementos fundamentales en la línea neomarxista, la implantación de la idea de que los medios están al servicio de las clases dominantes, y que por ende deben tomar el poder para adueñarse de los medios y la verdad, es un tema en común.

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Este nuevo marxismo (neomarxismo) se combinó con el psicoanálisis y dio un giro cultural. Stuart Jeffries afirma que el enfoque en la “reificación” hizo virar al marxismo del “optimismo agitador del Manifiesto comunista a la resignación melancólica que se filtra a través de la Escuela de Frankfurt”.

Una historia en común de la mayoría de fundadores de la Escuela del Neomarxismo, es que eran unos completos fracasados, de Walter Benjamin por ejemplo, se decía que vivió de las rentas de su familia por siempre y que no era capaz ni de preparar su propia comida, pasó del judaísmo al marxismo, y llevó una vida de fracasos económicos y soledad hasta que se suicidó con morfina; sin embargo, en la actualidad es un referente para muchos “pensadores socialistas” que añoran la tragedia y el mundo de injusticias representado por Benjamin; por esta razón les llamaban los marxistas melancólicos.

A pesar de la fundación y propagación de los postulados que emanan de Marx, y los pensadores que posteriormente fundaron la escuela para desarrollar las teorías que permitieran implantar el neomarxismo, el verdadero “genio”, el que consiguió darle la vuelta para posicionar esta catastrófica ideología en las sociedades, fue el filósofo comunista italiano Antonio Gramsci, quién estableció que los obreros no se levantaban en revolución porque estaban impregnados de la cultura tradicional occidental.

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A partir de esta deducción, nace uno de los principales postulados de Gramsci:

“La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados “orgánicos” infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”.

Para el comunista italiano, uno de los mayores frenos para instaurar el comunismo, era precisamente la cultura occidental, y bastante razón tenía. En ese sentido, pedía o clamaba que estos medios culturales occidentales debían ser derrotados, en lo que consideró un “combate cultural”.

La finalidad de este combate era propagar una lucha que derrote las convicciones y cimientos de la cultura occidental, para que una vez debilitada, la gente no tenga de otra sino aceptar el ideal marxista de forma natural.

Es por esto que el comunismo es abiertamente ateo, había que derrotar desde adentro toda implicación Occidental, siendo la creencia en Dios y el catolicismo, uno de los órdenes fundamentales que debían derrumbarse; y en esta lucha además, había que aliarse contra todo lo que se opusiera a Europa y Occidente.

En ese sentido, también Horkheimer coincidía, en su “Teoría Crítica” que la manera de destruir la civilización, era atacando al sistema de sociedad y los valores asociados a esta, por tanto, proponía destruir la institución del matrimonio y la familia.

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Esa escuela de Frankfurt fue transmutando en sus postulados hasta convertirse en ese amplio espectro de la “izquierda cultural”, esa que con una mano intenta destruir la cultura de Occidente, pero que con la otra “defiende”, o mejor dicho, se apodera de todas las causas nobles de moda en el planeta: son verdes, feministas, veganos, eco pacifistas, animalistas, hippies, LGTBI, etc., y así, tratan de apropiarse de todas las luchas minoritarias para consignarlas a su nombre, dando a entender que toda lucha minoritaria es una “lucha” contra el capitalismo, el libre mercado y el “sistema patriarcal”; de esa manera han convertido con una narrativa eficiente, aspectos culturales de las sociedades en un “paquete” de luchas por un sistema económico que anule la propiedad privada, el libre mercado y “le quite al pobre para darle al rico”.

El mejor ejemplo de como el neomarxismo cultural ha profundizado en las sociedades, es ver en las marchas del orgullo gay, a homosexuales con banderas y franelas del Che Guevara, un comunista que en vida fusiló, torturó y segregó a los gays por su orientación sexual. Que un asesino de homosexuales sea el símbolo de la lucha homosexual, es el mejor ejemplo del lavado cerebral y a su vez, de la eficiencia que ha tenido la izquierda para implantar su versión de los hechos, modificando el presente al reconstruir el pasado, y sembrando un futuro de dominación ideológica por medio de la “cultura”.

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