Por Javier Villamor

Las políticas que se llevan implantando de manera asimétrica en todo Occidente desde hace décadas no son fruto de la casualidad, más bien son el procedimiento utilizado por poderes fácticos para, entre otras cosas, acosar y reducir hasta la mínima expresión a la familia. Esta legislación es resultado de determinadas propuestas realizadas durante la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de El Cairo de 1994 (políticas de planificación familiar) y la confirmación de estas en la Conferencia Mundial de la Mujer en Pekín de 1995, incluyéndose el concepto de género suplantando el de sexo.

Seguramente se pregunten el porqué de esta afirmación. Permítanme empezar por el final. La familia es el pilar fundamental de toda organización social humana. Familia, clan, tribu, nación… son las distintas formas sociales que ha vivido el hombre a medida que han ido avanzando y volviéndose más compleja la convivencia entre personas.

La familia es la institución que nos ha permitido llegar hasta donde estamos hoy: hombre y mujer se unen, procrean y protegen a la prole que, a su vez, hará lo mismo con la siguiente generación y así sucesivamente. Principio básico de perpetuación de la especie. La familia es, de este modo, la estructura nuclear de nuestras sociedades. Sin ella, todo lo que tenemos se tambalea.

Con la familia debilitada, será más fácil implantar en la mente de las nuevas generaciones los nuevos roles que servirán a los intereses de los gobernantes

Sin ella, los hijos quedan a merced del Estado (y así lo quieren, al menos, los socialistas españoles). Es precisamente por esto por lo que las políticas mal llamadas “progresistas” de las últimas décadas tienen como uno de sus objetivos últimos la destrucción de la familia o su reducción a la mínima expresión para acabar con un reducto de libertad y de transmisión de valores de padres a hijos. Una vez debilitada, será más fácil implantar en la mente de las nuevas generaciones los nuevos roles que servirán a los intereses de los gobernantes después de la cuarta revolución industrial a la que nos enfrentamos. Más allá del uso de las mascarillas, a esto a lo que llaman nueva normalidad o, también, más controvertido, nuevo orden mundial.

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El cristianismo ha promovido y defendido a la familia con el objetivo de establecer la mejor manera de criar a la prole y asentar las bases del progreso. Pero no del progreso según se suele entender hoy en día, sino del progreso real: asentar las bases morales y económicas que permitan el correcto desarrollo de la sociedad a través de la perpetuación de sí misma. Hoy se promueven modelos anti familia que erosionan todo aquello que ha permitido que lleguemos a donde estamos hoy. Los totalitarismos siempre han estado obsesionados con la creación de ‘nuevos hombres’ y para eso es necesario eliminar todo lo anterior. Borrar, resetear la mente para poder implantar un nuevo software, un nuevo programa con un código diferente y una escala de valores completamente diferentes, cuando no directamente opuestos a lo que nos ha hecho prósperos. Ejemplos de esto son los regímenes nacional socialista o comunista soviético. 

En definitiva, la promoción de la endofobia (el odio a sí mismo) es condición sine qua non para adoptar nuevos postulados como si fueran dogmas de fe.

Los ataques a la familia no solo son frontales, sino que podemos hablar de un frente de 360 grados. El acoso es político, legislativo, cultural, social y económico. Es importante comprender que el ataque a la familia es el ataque a la sociedad, no hay una sin la otra.

Nuestras sociedades son extremadamente complejas y, al mismo tiempo, extremadamente frágiles. Cuando atacamos un punto, logramos que toda la estructura se tambalee. La élite lo sabe perfectamente y por eso se lanzan torpedos en puntos sensibles, esperando que todo caiga.

¿Cuáles son esos frentes de batalla?

Feminismo y deconstrucción

Todos conocemos las consecuencias nefastas de la ideología feminista en la mente de las jóvenes. Este feminismo radical va contra la mujer, pervierte la esencia misma de lo que implica ser fémina e, incluso, condena la maternidad (el mayor milagro sobre este mundo). Con esto no estamos obligando a que toda mujer sea madre, sino que reconocemos que toda mujer tiene la capacidad y el derecho de tener hijos.

Desvirtuar el concepto mismo de mujer, de feminidad, conduce a que la mujer vaya en contra de su misma naturaleza. Si la mujer ya no desea tener hijos y, al mismo tiempo, consigues convencerla de que el hombre es un asesino y machista, has sembrado la semilla de la duda y del miedo: el número de matrimonios, de parejas y de hijos descenderá. Cualquiera puede comprobar las nefastas estadísticas a este respecto.

Buscando la igualdad con el hombre, han conseguido la desigualdad consigo mismas. Por decirlo de otra manera: para buscar la igualdad de la mujer respecto al hombre el feminismo ha puesto un espejo a la mujer en el que no se refleja ella misma, sino el hombre. El feminismo no busca la igualdad de la mujer basándose en la feminidad que le corresponde, sino en la masculinidad.

Sin maternidad no hay futuro. Si estos poderes convencen a las mujeres de dar la espalda a la maternidad por una supuesta lucha de sexos, pueden hacer un jaque mate. La maternidad no puede imponerse, por lo que estos adversarios de la familia parten con una ventaja evidente.

Si primero se deforma la feminidad y después se ataca la maternidad… el siguiente paso es el asesinato de la prole

De la mano de este feminismo viene lo que conocemos hoy en día como «deconstrucción”. En concreto se busca la deconstrucción de la “masculinidad tóxica”, es decir, extirpar del hombre todos los comportamientos viriles que de alguna manera están relacionados con su determinación biológica. En otras palabras, se trata de desmasculinizar al hombre, feminizarlo. Desvirtuar ambos sexos permite la promoción de nuevas ideologías como la de género y la aceptación de la transexualidad y el transhumanismo como algo lógico y natural en el desarrollo del ser humano.

Aborto

El aborto no es solo un ataque a la familia, ataca a toda la sociedad al eliminar a personas por nacer.

Todos sabemos que el aborto forma parte de la cultura de la muerte, que es un negocio. Decenas de millones de abortos se practican cada año aumentando las arcas de las empresas dedicadas a ofrecer estos servicios –algunas de ellas subvencionadas con dinero público como es el caso de la archiconocida IPPF (International Planned Parenthood Federation)–.

Si primero se deforma la feminidad y después se ataca la maternidad… el siguiente paso es el asesinato de la prole. Los abortistas empezaron a defender sus tesis basándose en argumentos supuestamente científicos. Cuando la realidad demostró que mentían y manipulaban los datos según sus intereses, surgió la idea de asociar el aborto a un derecho inexistente basándose en el puro deseo de la persona. Es decir, el aborto es un deseo completamente subjetivo convertido en ley a pesar de ser anticonstitucional en todo país en el que se encuentra presente. Si la Constitución defiende el derecho a la vida, no puede existir el derecho al aborto. Para romper esta lógica es necesario deshumanizar al otro, una técnica muy habitual en la izquierda. Deshumanizado el feto ya no se sienten remordimientos a la hora de practicar un aborto y, por lo tanto, ya no se está infringiendo ninguna ley ya que no se está matando a nadie.

Los resultados de esta lógica son, por ejemplo en España, 100.000 abortos anuales de los cuales apenas 20 son por violación y todos los demás por cuestiones principalmente económicas. El aborto se entiende hoy como un método anticonceptivo más y este craso error daña completamente la unidad familiar. He conocido parejas que se han separado después de un aborto por no soportar el peso del asesinato de un hijo. Si tener un hijo suele ser fruto del amor entre dos personas, ¿cómo denominamos el aborto? ¿Odio al hijo? ¿Odio a sí mismos? Las consecuencias psicológicas y sociales del aborto no son estudiadas porque no interesa mostrar la verdadera cara de esta práctica.

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Recordemos que el aborto es política de Estado de EE. UU. desde 1974 tras el informe Kissinger. En ese informe se defendía el aborto como medida para reducir la presión demográfica en regiones donde las materias primas eran de primera necesidad para la extensión del imperio norteamericano en ese momento. En concreto, Iberoamérica y África. Este informe viene precedido de uno anterior de la Fundación Rockefeller en 1972 que defendía la despenalización del aborto que, a su vez, vino motivado por unas declaraciones maltusianas de Robert McNamara (el que fue secretario de Defensa con Nixon y luego presidente del Banco Mundial en 1968). Hoy el gobierno de Trump busca romper todos estos lazos y tener una política más afín a la defensa de la vida, pero el mal amarra con mucha fuerza sus intereses.

Si nos paramos a pensar, el aborto nos lo han vendido como un derecho de la mujer gracias al marketing político pero, en su origen, era una política promocionada con el objetivo de despoblar ciertas regiones por interés económico de Kissinger y compañía.

El aborto hoy tiene una doble dimensión. No solo es política oficial a nivel global, e impulsada en todas las esferas por las instituciones supranacionales de la ONU, sino que se ha convertido en un negocio fruto de la cultura de la muerte que impera en nuestros días.

Una de las asociaciones que lleva muchos años trabajando a favor de la familia en esos niveles es Family Watch International. En su haber tiene dos publicaciones que recomiendo encarecidamente: An analysis of the UN 2030 sustainable development agendaResource guide to UN consensus language on talking points on family issues.

El primero es un breve estudio sobre cómo afectará la conocida Agenda 2030 que ahora promocionan muchos líderes “progresistas” en Occidente, en especial el presidente de España Pedro Sánchez. El segundo, sirve de apoyo para todos aquellos representantes que debatan en Naciones Unidas a la hora de enmendar todas las reuniones relacionadas con la educación sexual, aborto, desarrollo de la mujer, etc. Como ya sabemos, el lenguaje ambiguo ha permitido que muchas leyes se aprueben por la puerta de atrás. Este manual intenta evitar esos dobles sentidos para dejar todo rotundamente claro.

Si eliminamos a los mayores de nuestra sociedad, estamos borrando nuestra memoria. Una sociedad sin memoria es perfectamente manipulable

Eutanasia

Si el aborto es la eliminación de niños por nacer, la eutanasia es la eliminación de personas que “ya han vivido demasiado”, según algunos, o que “consumen muchos recursos y no producen”. A esta segunda posición se suma Christine Lagarde, quien fuera directora del FMI y actualmente es presidenta del Banco Central Europeo (BCE).

Al igual que el aborto, los lobbies tratan de vender la eutanasia de manera positiva para que sea aceptada por parte de la sociedad, de ahí que lo tilden como “el derecho a morir dignamente”. La eutanasia no solo es el asesinato de personas mayores, sino que corre el riesgo de ampliarse a toda la sociedad como ocurre en Bélgica. Este país sirve como ejemplo revelador: el país legalizó la eutanasia en 2002 y, desde entonces, la ley se ha enmendado para incluir a los niños sin límite de edad, siendo el niño más joven en ser asesinado de tan solo 9 años. Entre 2003 y 2018 el número de personas eutanasiadas creció en un 1000%. No hay nada de “progresista” en una sociedad que se niega a cuidar de las personas más necesitadas.

Con la eutanasia no solo abres la puerta a matar personas por una depresión grave, por ejemplo, sino que también estás eliminando la memoria viva de nuestras sociedades. Los ancianos son aquellos que pueden iluminar a las nuevas generaciones, como han hecho siempre, actuando como la voz de la conciencia y aprendiendo de ellos sobre errores y aciertos cometidos en el pasado. Si eliminamos a los mayores de nuestra sociedad, estamos borrando nuestra memoria. Una sociedad sin memoria es perfectamente manipulable.

Con una mentalidad pragmática, a nivel económico se busca reducir el gasto del Estado en pensiones. En un momento donde los políticos pretenden recortar de todos los gastos menos de los suyos, esta práctica es necesaria y vital para ellos. A nivel político, los mayores suelen ser los más conservadores, por lo que se elimina un gran número de votos a estos partidos, aumentando la diferencia en la balanza.

Sin hijos, sin abuelos… Sigamos.

Si hombre y mujer son categorías equívocas, el nuevo concepto de familia que se promueve es el de un vago “unos seres vivos que se quieren”

Ideología de género

Hoy por hoy no hay igualdad de género como concepto sin ideología de género como base filosófica de pensamiento. Si entendemos que la ideología de género defiende que uno no es por el “hecho de ser”, sino por el hecho de “sentir que se es”, esto también desvirtúa el concepto de familia, ligado a la ley natural: XX y XY que procrean para tener descendencia.

Si ahora una mujer puede ser hombre, y un hombre puede ser una mujer, padre y madre puede ser “cualquier cosa”. La ideología es mucho más compleja que esto, no es este lugar para explayarnos sobre ella, pero sí importa entender los efectos perniciosos sobre la familia.

Si ya no existen dos géneros, sino decenas, ¿qué es una familia si ya hombre y mujer no son categorías inequívocas? El nuevo concepto de familia que se promueve es el de un vago “unos seres vivos que se quieren”.

Pasando a analizar la prole, nos encontramos con que un apéndice de la ideología de género es la educación sexual integral (comprehensive sexual education en inglés, o CSE). Y todo es un proceso lógico dentro de su esquema mental. Si aceptamos la ideología de género, aceptamos que haya transexuales que se reconocen del sexo opuesto tan solo por sentirse así.

Esto nos lleva a una serie de preguntas como por ejemplo: si no existe, basándose en sus condiciones biológicas, algo llamado hombre y mujer, ¿cómo sabe un transexual lo que es sentirse del otro sexo? Si aceptamos esto, se tiene que aceptar el siguiente paso: si yo no me siento con la edad que tengo, sino más joven, ¿quién es el Estado o la sociedad para decirme a mí la edad que tengo y no permitirme hacer cosas de otra edad, tanto para arriba como para abajo?

Esto le sonará a broma, pero no es tal. Una nueva estrategia por parte de pedófilos/pederastas es defender la existencia de los “trans-age” o “transedad”. Si yo tengo 50 años, pero me siento de 8, tengo todo el derecho del mundo a tener relaciones sexuales con ese menor ya que es una relación entre iguales. Para ello quieren usar al lobby LGTB y ser promocionados como una tendencia sexual más. Pura ventana de Overton, artículos en medios como en el británico The Independent o el estadounidense The New York Times ya están hablando de despenalizar la pederastia al ser un impulso sexual incontrolado.

Para este grupo, todo niño es también un ser sexuado con derecho a satisfacer sus necesidades sexuales independientemente de su edad. De ahí la obsesión por la perversión sexual de la infancia a través de esa, mal llamada, educación sexual integral.

Si todo esto le suena fantasioso, le sugiero que busque ese término en páginas de la ONU o que busque a un chico llamado Desmond al que sus padres permiten que sea icono travesti y muestre su cuerpo semidesnudo en lugares de dudosa reputación mientras le tiran billetes hombres de edad avanzada. Por cierto, este Desmond ha sido imagen de marcas de zapatillas como Converse.

Al introducir esta ideología y esta forma de entender las relaciones sexuales a los más pequeños, se está haciendo más grande (por no decir insalvable) la distancia entre padres e hijos. Unos padres que no han recibido ese tipo de educación tienen la misión de educar a unos hijos a los que el Estado ya adoctrina en la escuela, generalmente en contra de las mismas nociones básicas de sus padres. En Canadá, por ejemplo, ya advierten en las escuelas de los peligros de los padres que no acepten esto. Los hijos pueden denunciar a sus padres si no compran estos la ideología de género y todas sus consecuencias. Es decir, el Estado, a través de la educación, está volviendo a los hijos en contra de los padres. La familia, una vez más, atacada por los poderes fácticos.

Si gana Trump, habrá otros 4 años de políticas provida y profamilia, con un gran respeto a la dimensión religiosa. Si gana Biden, habrá más políticas de aborto, más destrucción de la familia y más erosión de las religiones

La familia y las elecciones en los Estados Unidos

Es de sobra conocido por todos que lo que pase en Estados Unidos afecta, de una u otra manera al resto del mundo. La victoria de Donald Trump en 2016 tuvo su efecto dominó en todo el continente americano y parte de Europa con la victoria o el auge de partidos y movimientos conservadores, nueva derecha, provida, etc. Este segundo asalto tendrá también sus consecuencias. Por un lado, Trump y el proyecto de desmantelamiento de las estructuras supranacionales perversas, con agendas como las que he descrito aquí y que llevan décadas fortaleciéndose a costa de la soberanía popular de los Estados-nación. Por otro, Biden y todo el aparato globalista y del Estado profundo que utiliza todas sus artimañas para ganar, cueste lo que cueste.

No es una lucha solo norteamericana, o exclusivamente entre dos matices de cómo hacer las cosas en el terreno opinable de un país más. Si gana Trump, habrá otros 4 años de políticas provida y profamilia, con un gran respeto a la dimensión religiosa, base de cualquier civilización. Si gana Biden, volveremos a las políticas de Hillary Clinton y Barack Obama: más aborto a nivel global, más destrucción de la familia y más erosión de las religiones en aras de crear una pseudoreligión única y universal ad hoc para el nuevo mundo que nos tienen preparado.

Detrás de Biden se encuentran personajes como George Soros y su financiación. Hace apenas dos años advirtió el magnate que los años 2020-2021 serían años de revoluciones sociales. A principios de este señaló que los meses siguientes hasta las elecciones serían un auténtico calvario para Donald Trump. ¿Acaso tiene Soros el Oráculo de Delfos o la capacidad de ver el futuro? No lo creo. Más bien tiene el poder de llevar a cabo cualquier tipo de maniobras que tuviera como resultado esos acontecimientos de trascendencia política.

Soros ha reconocido que ha financiado con hasta 220 millones de dólares la “justicia racial” en EEUU. Ya sabemos que eso significa financiar a Black Lives Matter (BLM), un grupo de acción guerrillera marxista, al igual que los Antifas. Cámaras ocultas sacaron a la luz testimonios de Antifas que admitieron haber cobrado por manifestarse y ejercer violencia en las calles. Es la mezcla entre el capitalismo de vigilancia (fruto de la cuarta revolución industrial) y un marxismo de calle, con ropa cara, bien financiado que solo busca destruir todo aquello que lleva a la prosperidad.

Si nos fijamos en el movimiento BLM resulta que quien canaliza todas las donaciones es la asociación Act BlueEn su página web podemos ver que el dinero recibido se usa para financiar proyectos y campañas del Partido Demócrata por todo el país. Lo mismo ocurre con Democracy Alliance, una plataforma financiada por George Soros con el mismo objetivo de canalizar donaciones a los demócratas. Para más inri, si usted visita la web antifa.com, será redirigido a la página de la campaña de Biden.

Junto a Soros está todo el entramado financiero liberal y de las grandes tecnológicas que, de una u otra forma, siempre están relacionados con unos y otros ataques a la familia y a la vida. En febrero de este año, en plena pandemia global, opendemocracy.net, el medio “oficial” de Open Society Foundations de Soros, publicó un artículo en el que abogaban directamente por la destrucción de la “familia nuclear”.

Biden y su candidata a vicepresidenta, Kamela Harris, se dicen cristianos –concretamente Biden se reconoce católico y ha intentado utilizar esta condición en campaña para atraer votos– pero defienden el aborto masivo incluso hasta el momento antes del nacimiento del niño; defienden leyes LGTB cada vez más totalitarias que restringen la libertad de expresión de los demás; defienden la inmigración masiva y descontrolada, el consumo de cannabis… En resumen, todo aquello que sirve para atomizar y debilitar las naciones con el objetivo de volverlas más vulnerables a los intereses de los grandes poderosos.

La familia es el último bastión contra el totalitarismo globalista. Está amenazada por todos los frentes. “¿Qué puedo hacer yo?”, deberíamos preguntarnos y actuar en consecuencia.

En esta guerra híbrida en las que nos vemos inmersos todos somos soldados, queramos o no. Desde que las feministas de los 70-80 dijeron que lo personal es político, nada ha vuelto a ser igual.

Fuente: actuall.com

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